Por miedo a la sangre, los olores y los muertos, Fernando del Paso claudicó en su intento por dedicarse a la medicina. Fue un acto de brutal sinceridad, el cual, afortunadamente, le llevó a las letras y, por ende, a entregarnos una de las obras más bellas y emblemáticas de nuestra literatura: Palinuro de México.
“De todos mis libros, es el favorito por su alto contenido autobiográfico, pero yo no soy Palinuro porque ese contenido ha sido intensamente recreado,... es el personaje que fui y quise ser y el que los demás creían que era, y también el que nunca pude ser aunque quise serlo”, declaró hace algunos años.
Al término del primer partido ante Argentina del pasado viernes, Guillermo Ochoa decidió rebelarse contra el discurso fácil y cancino. El cancerbero mexicano, con cuatro Copas del Mundo en sus guantes —y una quinta en la mira-, hizo ante los micrófonos lo que no acostumbra cuando juega: salirse de la línea y dominar el área.
Ochoa repartió verdades espectaculares como muchas de sus atajadas. Desmintió que nuestro futbol posee una multitud de jugadores de élite y, al enfatizar sobre la urgencia de saber quién dirigirá el proyecto hacia Catar 2022, exhibió la negligencia, torpeza y avaricia de sus ‘patrones’.
No es ninguna novedad que cada cuatro años, el equipo termine abandonado a su suerte y al humor, interés y criterio —si llega a existir-, de su dirigencia al tomar decisiones.
Una especie de Palinuro: un equipo que fue, quiso ser y los demás creían que era, pero —sobre todo- el que nunca pudo ser aunque quiso serlo.
Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.