Tras la salida de Enrique Meza y Juan Reynoso, la llegada de José Luis Sánchez Solá al banquillo del Club Puebla era tan inminente como el regreso de la “actitud” a los jugadores, la cosecha de buenos resultados y los “reencuentros con el gol” de algunos de sus futbolistas.
Aunado a la eterna ilusión de creer que las segundas (terceras, cuartas o quintas partes) de una historia también pueden ser exitosas, hay cosas que parecen respaldar el regreso del Chelís al banquillo de La Franja.
Una de ellas, la incuestionable comunión con gran parte de la afición, adquirida durante su primera gestión y lograda gracias a un equipo lleno de osadía, alegría y personalidad, y aderezada con lágrimas, gritos, manoteos y celebraciones con aficionados.
Asimismo, partidos inolvidables como el empate de último minuto frente a Santos en el Cuauhtémoc, mediante el agónico cabezazo de Álvaro La Bola González; aquella falsa renuncia que derivó en la permanencia en Primera División, tras derrotar a Veracruz en su propia casa; o la categórica eliminatoria ante Monterrey, con baile incluido en territorio regio; e incluso, a pesar de su trágico desenlace, aquella semifinal frente a Pumas, cuando todo parecía puesto sobre la mesa para conquistar la tercera estrella del escudo.
Sin embargo, todas y cada una de estas razones no son más que bellísimas, inolvidables e irrepetibles memorias.
En su afán de reconstruirse, a pesar de buscar otro tipo de respuestas y soluciones, hay equipos que invariablemente terminan recurriendo a los recuerdos para lograrlo. Y La Franja es uno de ellos.
Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.