Si analizamos los arranques de campañas de los tres candidatos a la gubernatura, nos daremos cuenta que nada ha cambiado en los últimos 20 años, salvo que en dos de ellos se dio un enroque ajedrecista.
Si nos regresamos a los tiempos de la campaña de Piña, Bartlett, Melquiades y Marín, veremos que todas sus campañas, se vivieron bajo escenarios similares al actual.
Un partido dominante —casi absolutista—, una bufalada desbocada en favor del ungido, una estructura trabajando como relojito suizo, una percepción de triunfo incuestionable y una oposición nula, prácticamente inexistente.
La única diferencia es que los roles cambiaron y que los colores se invirtieron.
El PRI es ahora el partido opositor, ocupando la eterna posición de la izquierda que no tenía mayor opción que mantener el registro y luchar por la segunda fuerza política.
En contraposición, la vieja izquierda se apoderó y empoderó con la llegada de AMLO a la Presidencia, escalando a la posición de privilegio que durante décadas dominó la escena política nacional y local.
Basta con observar la campaña a la gubernatura de Luis Miguel Barbosa para entender que todos los factores de peso hoy arropan y cuerpean al candidato.
Pareciera un dejavú de las viejas campañas tricolores.
Ya sí agregamos algunos nombres, entenderemos que la naturaleza de quienes hoy dominan y operan en Morena los lleva irremediablemente a repetir patrones.
Patrones que por cierto están más que probados y qué mal harían en traicionar.
Repetir las fórmulas exitosas del pasado, bajo el halo de un partido con la legitimidad social demostrada en las urnas, es garantía de éxito.
Y es aquí en donde surge la pregunta para los opositores que hoy se quejan de esas prácticas: ¿si estuviera en sus manos, no harían exactamente lo mismo?
La respuesta es simple: ya lo hicieron.
La soledad de un candidato
Independientemente de ser una persona preparada y capaz, el inicio de la campaña de Enrique Cárdenas estuvo muy lejos de lo que sus seguidores esperaban.
Sí bien es cierto que a su registro lo acompañaron Marko Cortés y líderes del PRD y MC, en el arranque de la campaña lo abandonaron a su suerte.
De los tres arranques fue notorio que los panistas comenzaron una huelga de brazos caídos por la decisión del dirigente nacional que en su afán de desaparecer al morenovallismo, no se dio cuenta que la imposición de un candidato sería contraproducente.
Otro aspecto puede recaer en el coordinador de campaña Gabriel Hinojosa Rivero, quien ha sido incapaz de dialogar con las dirigencias de los partidos para lograr la operación cicatriz.
¿Se imaginan a Arturo Loyola movilizando a transportistas como ocurría hace poco tiempo?
¿O ver a algunos líderes del PRD trayendo gente en camiones, mientras los panistas movilizaban a los vecinos de las colonias del sur?
Pues esa gente que abarrotaba los mítines morenovallistas ya no llegó el domingo a la 3 Oriente, y comenzaron a dejar solo al candidato.
Aunque siempre me he resistido a dar cifras, los propios panistas decían ayer que no había más de 600 personas, y si partimos que generalmente se exagera el número, ya se imaginarán cuántos llegaron.
Jiménez Merino, una lógica apuesta
Del otro lado, Alberto Jiménez Merino empleó la inteligencia, no descalificó a nadie y viajó a Azumiatla logrando un mitin importante.
La fórmula es muy simple: fue a los lugares donde lo conocen más que a cualquiera de sus dos rivales, arrancando con eventos que le deben dar cierta confianza para cerrar espacios, sabiendo que comienza en el tercer lugar de las encuestas, pero consciente de que el segundo sitio está muy cerca y que de ahí solo un capricho del destino lo puede catapultar a Casa Puebla.
Pero lo primero es alcanzar a Cárdenas, lo cual debería suceder en el corto plazo, para poder seguir soñando.
El tiempo es corto, por lo que en un par de semanas tendremos una radiografía más certera.
Y en ese momento, veremos y diremos.