El autor de la Parabólica pertenece a la última generación de ciudadanos del mundo que vio en todo su esplendor, por última vez, la Catedral de Notre Dame  (Nuestra Dama) en todo, a las orillas del Sena una tarde invernal espléndida y llena de sol.

La maravilla del mundo que ayer ardió y entristeció al mundo estuvo frente a nuestros ojos toda una tarde en febrero pasado, gracias a Rosa María Lechuga, la orgullosa pahuatleca que decidió cambiar la política palaciega de nuestra aldea por el trabajo de investigación sobre el fenómeno migratorio en Europa junto con un grupo interdisciplinario de académicos, en París.

Lechuga es ahora la más poblana de las parisinas, o tal vez, sea al revés: la más parisinas de las poblanas capaz de entrar al emblemático Ritz como en su casa, ordenar un sofisticado cóctel en el Bar Hemminguey o de ir por un grupo de paisanos al hotel Mercure La Villette en el 216 de Jean Jaurès en el distrito XIX de la capital francesa para llevarlos en el metro parisino hasta el Sena.

Esa tarde se apostó a la entrada del hotel, dueña de una enorme sonrisa con gorro, guantes y bufanda cargando dos enormes bolsas en cuyo interior, lo sabríamos unos minutos después, iba el vino tinto y rosado de Burdeos; pan y queso para degustar sobre un mantel a la orilla del Sena, con el fondo de Notre Dame.

Presumió un sol que había hecho salir de los parisinos del periodo invernal para llenar las calles de la ciudad, sus cafés y los márgenes de ese afluente terso e imponente. Esa fue la tarde que regaló Rosa María Lechuga al autor de la Parabólica y su familia y por la que estaremos agradecidos hasta el final de nuestros días.

El hijo menor de la familia, Manolo, que vive en Dinamarca, habló ayer conmovido por la tristeza de ver arder ese símbolo religioso y cultural que apenas el 17 de febrero había presidido todo en la gran ciudad. Junto con sus padres y Lechuga, nos habíamos dejado maravillar esa tarde de domingo.

Ayer tuvo unos minutos esta pahuatleca para hablar en Parabólica.MX de su vivencia en medio del dolor que a la distancia, era evidente. Casi con la voz quebrada, dijo que ‘la ciudad está colapsada, estamos... pues impactados por la noticia, las escenas no son agradables, el ambiente que se vive... en el imaginario colectivo de quienes estamos acá es parte de nuestra identidad’.

Inquieta y solidaria narró la forma en la cual se habría de inscribir como voluntaria para ayudar en la logística ante la previsible llegada de cientos de miles de visitantes en Semana Santa a Notre Dame. Los planes, se frustraron.

La noticia de la conflagración que el lunes a medio día en México incendió literal las redes sociales no nos hizo sino compartir tristeza y frustración que significó para el mundo entero la destrucción de una joya gótica en una ciudad mágica y mística.

A Rosa María Lechuga, gracias infinitas por su generosidad, su tiempo para una familia que se dejó maravillar por ese paisaje parisino y solidaridad por el difícil momento por el que atraviesa ante la pérdida que sufre, que dejó un duelo y tragedia.