La procesión se lleva por dentro, decía Cristina, mi abuela. Era una de sus frases favoritas. Incluso, ahora que lo pienso detenidamente, me parece que disfrutaba los momentos duros y tristes para decirla bajo el cobijo de un gigantesco suspiro y sin tapujo alguno:

Tu abuelo llega de visita para Navidad y tendré que desmañanarme hasta que se vaya, pero la procesión se lleva por dentro”; “La vecina vino a aplastarse dos horas y me jodió toda la tarde, pero la procesión se lleva por dentro”; “Ya me chingaste otra ventana con tu pinche pelota. Pero la procesión se lleva por dentro”.

El futbol es un deporte lleno de momentos felices, algunos de ellos ‘milagrosos’, y en donde, pareciera, el Club Puebla siempre está en la constante búsqueda de borrarse la sonrisa. Y la encuentra.

A pesar de la derrota ante Xolos en la última fecha del campeonato, la cual significó quedarse a un paso de meterse como último invitado a la Liguilla, si algo existía en la afición de la Franja era ilusión y ansias porque el próximo torneo diera comienzo y buscar revancha.

Sin embargo, no hubieron pasado ni cinco días de aquel tropiezo, cuando los enfranjados debieron sobreponerse a otro más: la salida de Jorge Zamogilny del cuerpo técnico encabezado por José Luis Sánchez Solá.

Y no bastando aquello, aunque ahora todos juran que era algo sabido y que se notaba a kilómetros de distancia, enterarse el por qué: la relación entre ambos -tal vez, egos incluidos- no era la ideal.

A mí me hubiera gustado que “El Ruso” hubiera conocido a Cristina. No sé si con ella como abuela, él hubiera llegado a ser futbolista, pero lo que sí es seguro es que hubiera aprendido que, en ciertos momentos, “la procesión se lleva por dentro”.

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.