En cada campaña política se habla tanto de los debates, que cualquier intruso a nuestra aldea, pensaría que se los contendientes se juegan de verdad la vida en estos encuentros.

Nada más alejado de la realidad.

Estas vaciladas mediáticas son un cero a la izquierda, partiendo de esta premisa: nadie que no esté involucrado en las campañas ve los debates.

El grueso del electorado ni los ven ni los oyen; y mucho menos, les interesan.

De ahí que normalmente el puntero en las encuestas, haga hasta lo imposible para que nadie fuera del círculo rojo lo vea, mientras que ilusamente, los perseguidores imploran que algo sobrenatural suceda para ser vistos por la masa y tener oportunidad de remontar.

Evidentemente, el puntero, que en la mayoría de las ocasiones cuenta con el aparato del estado o con la bufalada a su favor, no tiene problemas para administrar su ventaja y llegar a buen puerto.

De ahí que el debate se convierta en un show privado, con un reducido grupo de espectadores, comparado con el tamaño del padrón electoral, en donde no se bajan de ladrones, corruptos y bandidos.

Pero quién puede tomar en serio un debate, cuando los candidatos desperdician las oportunidades de explicar el “cómo” de las cosas. Hablan de los problemas, pero no nos dicen cómo los van a resolver.

Hablan de inseguridad, de pobreza, de empleo, pero no saben ni quién los va a acompañar en las secretarías respectivas.

El del domingo no hace más que confirmar que los debates son el show que la clase política necesita para decir que las campañas ahora sí se pusieron buenas.

Y por supuesto, un minuto después no se hacen esperar las declaraciones de cada partido diciéndose ganadores. No hay elección en la que alguien diga: perdimos, así se haya perdido el control de los esfínteres en pleno debate.

Y cada uno festeja a su manera y a sus posibilidades.

Unos con banda, tambora y mariachis, otros mandan su encuesta donde les ‘acreditan’ la supuesta victoria y no falta el que hasta con la edecán se va a celebrar.

Pero ya en serio, es neta que ¿La noche del domingo había algo que celebrar?

Yo entiendo que todos los miembros de los equipos de campaña vean a su abanderado brillante, elocuente, talentoso, carismático y hasta guapo; es natural, como también lo es que vean a su candidato triunfar.

Pero eso hay que dejárselo a la tropa, porque en algo deben de creer; pero que los líderes y especialistas en marketing se lo crean, eso ya es un tema demencial.

Y me queda claro que cada uno de los tres candidatos tiene su experiencia, su capacidad y sus propias cualidades, pero en un debate, en donde los golpes bajos prevalecen por encima del discurso y del proyecto de estado, no pueden brillas ni las mentes ni las personas.

Si por ahí de entre los espectadores se coló algún despistado, más que saber por quién votar, sabe qué hay un ratero, un defraudador, una fichita, un mentiroso, un encubridor, dos millonarios y no sé cuántas maravillas más dentro de los tres debatientes.

¿Alguien se acordará de alguna propuesta seria y fundada para darnos mayor seguridad, mejores empleos y soluciones de fondo?

No faltará quien diga que la participación de las moderadoras rompió el esquema del debate. Pero si lo que les respondieron fue lo que quisieron, pese a la postura de Paty Estrada –copiada de Montserrat Ontiveros-, tratando a los candidatos como participantes de El rival más débil. La postura del moderador no debe ser la de regañar al candidato, eso no te hace mejor periodista. Hay que cuestionar con inteligencia. Lamentablemente, el protagonismo suele hacer presa de los moderadores, por más ecuánimes que parezcan. Quizá sea un tema de simple condición humana.

Y qué tal el INE que se gastó de manera inexplicable una millonada, para organizar un debate que no implica ni aporta absolutamente nada para mejorar las condiciones de madurez política de los poblanos y mucho menos para nuestra incipiente democracia.

Así fue este debate y los anteriores. Y en las próximas elecciones volverán todos a hablar y discutir del debate, para que al día siguiente pudiera yo repetir esta misma columna sin cambiarle una coma y tendría la misma vigencia de hoy.

Así es y seguirá siendo nuestra política aldeana. Es lo que hay.

  • Se le acaba la caja chica al PT

Durante más de ocho años los dirigentes del Partido del Trabajo tuvieron una caja chica que les permitía mantenerse a ellos y a sus familiares mediante la figura de los Centros de Desarrollo Infantil, mismos que no reportaban a la SEP la aplicación de los recursos que recibían de los gobiernos estatal y federal.

Con la Reforma Educativa, los Cendis pasarán a ser manejados directamente por la SEP acabando con la discrecionalidad en el manejo de los recursos públicos y la caja chica con la que se mantenían los dirigentes del PT.

Fue Rafael Moreno Valle quien repartió algunas de dichas “franquicias”, pero ahora tienen que entregarlas a la SEP.

Por cierto, el modelo educativo es bueno, pero no puede ser negocio de un partido político.