Caracterizados como un fenómeno “global”, este año registraron llenos totales en estadios de 10 países y obtuvieron la presencia de tres álbumes de manera simultánea en la lista de Billboard, un récord que solo The Beatles había logrado, entre otras tantas hazañas. Pero el origen asiático de BTS (en inglés Beyond The Scene), una boyband conformada por siete chicos surcoreanos, no deja de ser un estigma. Cuando una producción cultural no occidental alcanza precisamente estos niveles, emerge de manera sutil e insidiosa una invocación al racismo, ante la confrontación con imaginarios que no solemos consumir, incluso en la tan anunciada era de la globalización.

Aamina Khan, para Teen Vogue Estados Unidos, destacó “la tendencia de los angloparlantes de celebrar y reconocer el éxito solo cuando viene de otros angloparlantes…esa tendencia no siempre toma la forma de evidente xenofobia, más bien emergiendo de maneras más sutiles y difíciles de identificar”. En junio, en el programa australiano 20 to One se dijo que el éxito de la banda en los rankings estadounidenses era extraño, cuando solo uno de los integrantes sabía hablar inglés, mientras, el comediante Jimmy Carr mencionó: “Cuando primero escuché que algo coreano había explotado en América, me preocupé. Eso podría haber sido peor, pero no mucho peor”.

Tras las críticas, el conductor Alex Williamson reiteró que la transmisión no fue racista, pues aseguró que la agrupación solo estaba diseñada para extraer dinero de los adolescentes: “exitosos hombres y mujeres asiáticas haciendo algo genuinamente importante en el campo de la ciencia y medicina me impresionan, y la gente de todas las culturas en por esa razón. Obviamente no las boyband”. Aunque los productores de la emisión señalaron que solo pretendían retomar con humor los logros de BTS, el canal terminó emitiendo una disculpa.

“Pero mientras han alcanzado récords, los estereotipos son otra cosa”, indicó Marian Liu en un artículo de The Guardian. Ciertamente, ni Lady Gaga o The Jonas Brothers han tenido que lidiar tanto con el cuestionamiento hacia su trabajo e la industria de la música pop, ni se han visto obligados a hacer “algo genuinamente importante”, como reiteró Williamson, para gozar de reconocimiento. Tampoco han sido objetivo de burlas debido a su apariencia o estilo en medios internacionales y redes sociales. “Les gustará la música de BTS si la escuchan sin prejuicios”, retomó Khan las declaraciones de Suga, uno de los integrantes de la agrupación, durante una visita a Estados Unidos en 2018.

“No es cierto mucho de lo que se dice sobre la globalización. Por ejemplo, que uniforma a todo el mundo”, apunta Néstor García Canclini en La globalización imaginada (2012). Si las audiencias y el medio del espectáculo se han sacudido por el vasto campo ganado por una banda de chicos coreanos, tal vez quiere decir que el tan pronosticado y celebrado intercambio mundial no ha tocado, precisamente, todo el globo y que prevalece una significativa disparidad en la distribución y visibilidad de los materiales culturales que circulan en nuestras redes de información, lo que llama el autor como “asimetrías de flujos”.

No quiere decir que el alcance de BTS no sea global, porque de hecho se asemeja con demasía a ese ideal y puede representar, junto con su audiencia, lo que García Canclini denomina metáfora o narrativa de la globalización: Un grupo pop de Corea del Sur actuando en Good Morning América, sintonizado a través de YouTube por fans de Arabia Saudita, Japón, Alemania o Argentina, quienes memorizan sus canciones en coreano y comparten impresiones en su propio idioma con los clubes de cada continente.

El que esto sea considerado aún una rareza indica que las audiencias de las industrias culturales suelen acceder prioritaria y mayoritariamente a las producciones del ámbito anglosajón, las cuales no solo se instauran como pautas, sino también se normalizan como autoridades en diferentes campos.

De este modo, ni los Grammy premian a “lo mejor” de la música ni los Oscar “lo mejor del cine”, cuando prevalecen contenidos que se mantendrán invisibles en la invocación del escenario mundial: “En cuanto a la globalización, no serían tan persuasivos quienes la propagan si la precaria integración mundial lograda en la economía y las comunicaciones no se acompañara con el imaginario de que todos los miembros de todas las sociedades podemos llegar a conocer, ver y oír a los otros, y con el olvido de quienes nunca podrán incorporarse a las redes globales”, reitera.

Algunas “periferias”, no obstante, subsisten con bastante independencia en su sistema local. Bollywood, con sus características creaciones cinematográficas, ha demostrado no necesitar su inclusión en el ámbito estadounidense para lograr la legitimación ni de sus prácticas ni de sus artistas. Lo mismo ocurre con la música popular producida en Medio Oriente, donde cantantes como Nancy Ajram o Amr Diab se mueven con significativa audacia desde Egipto, pasando por Líbano hasta Dubai, desdeñando los charts de Billboard.

La usual precariedad de los intercambios justifica que este año, durante un multitudinario concierto en Estados Unidos, Kim Namjoon, líder del grupo, agradeciera a la audiencia la aceptación otorgada a “siete chicos de Corea que cantan en coreano, quienes lucen diferente y hablan diferente idioma. Ustedes realmente nos demostraron que la música trasciende las barreras del idioma”.

Como metáfora de la globalización, sin embargo, BTS, así como otras tantas figuras no pertenecientes a los centros mediáticos y culturales, puede heredar otras cosas. En buena parte, con las ventajas aportadas por el internet, las nuevas generaciones tendrán una mayor oportunidad de experimentar diversos idiomas, confrontarse con distintas maneras de entender el mundo y acceder a otras representaciones de belleza y género. Quizá, eventualmente, podremos observar algunos equilibrios en la dinámica global.