Fue el 31 de agosto de 1997 cuando Porfirio Muñoz Ledo puso fin al “Día del Presidente”.

Ese día, en la Cámara de Diputados, los priistas se ausentaron del salón de plenos en una estrategia errónea que terminó por costarles muy caro en el futuro. Aprovechando el espacio generado por la ausencia tricolor, el PRD junto con el PAN hicieron la mayoría en la instalación de la legislatura para anunciar que se citaba al entonces presidente Ernesto Zedillo Ponce de León para el 1 de septiembre a fin de que rindiera su informe, pero ya no a las 11 de la mañana, sino a las 17 horas.

De esta forma rompieron con el ritual del ejecutivo, logrando así limitar la fiesta de cada año, en donde se rendía “culto” a la figura del presidente al grado de que ese era de manera oficial, un día feriado.

Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador no resistió la tentación de tener su propia fiesta el 1 de septiembre y organizó en Palacio Nacional su “Tercer Informe de Gobierno” así como se lee, porque el argumento de que se trataba del tercer informe porque ya había dado uno a los cien días y otro cuando se cumplió un año de su triunfo, es una auténtica vacilada, además de que rompe con el ordenamiento constitucional que dicta que el presidente deberá rendir un informe durante la apertura del Primer Período Ordinario de Sesiones ante el Congreso de la Unión.

Tanto criticar a los gobiernos anteriores, tanto hablar de un cambio de régimen, tanto vociferar contra la mafia del poder, que ahora que López Obrador es el presidente de la República, no hace otra cosa que pasarse la Carta Magna por el Arco del Triunfo.

De entrada, ayer menospreció al legislativo, decidió no entregar personalmente el documento y siguió el ejemplo de su enemigos político Felipe Calderón, así como el de Enrique Peña, quienes sólo pisaron el Congreso para rendir protesta recibiendo la banda presidencial.

Lo que se escuchó en los patios de Palacio Nacional fue un resumen de las conferencias mañaneras, donde hay preguntas a modo, algunas disfrazadas de crítica al sistema, pero sin serlo.

El mensaje por más que buscamos diferencias de fondo, no las encontramos, todas esas ocurrencias sin sustento, ya en las externó en las mañaneras.

Fuimos testigos de un absurdo discurso sin sustento, cuyas cifras simplemente no coinciden con las de los organismos serios, tanto nacionales como internacionales.

En conclusión, el informe de AMLO sólo sirvió para confirmar que él tiene otros datos.

  • La tormentosa banda presidencial

Regresando a la forma en la cual el presidente ha vuelto una costumbre pasarse por el Arco del Triunfo la Constitución, el señor López decidió no portar la banda presidencial.

Esa misma que orgulloso se colocó cuando se declaró presidente legítimo, tras perder la elección contra Felipe Calderón.

Tanto la peleó, que ahora que la tiene no se la pone ni para rendir su informe, ni para recibir cartas credenciales de los embajadores, pese a que así lo ordena nuestra máxima ley.

Es lo mismo que sucede cuando no canta el himno nacional, ni rinde honores a nuestra bandera.

La desdeña como a todo lo que represente valores patrios.

No lo dice pero sólo hay dos opciones: o es un engreído que se siente superior a nuestros símbolos nacionales o su religión se lo impide.

Sea cual sea la razón, el señor no puede pasarse por entre las piernas, el contenido de la Constitución, a la que protestó respetar y cumplir ante todos los mexicanos.

Si no respeta la Carta Magna ni a nuestros símbolos patrios, ¿qué podemos esperar de un hombre que da señales de haber perdido la congruencia y la razón?