La reciente convocatoria para invadir el “área 51”, programada a través de Facebook, que en un principio había reunido al menos un millón de usuarios, fue la obvia reminiscencia a las conspiraciones de ovnis difundidas desde el caso Roswell y la cita a películas estadounidenses como El día de la independencia (1996) o Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008). Pero México tiene su propio imaginario y sus propias historias acerca de los extraños visitantes del espacio, que no son menos desdeñables pero que han quedado sepultadas con el paso de los años.
Desde los tempranos y apasionados relatos de Pedro Ferriz, a partir de 1947, hasta las investigaciones realizadas aún por Jaime Maussan, la oleada de los “plativolos” ha inundado la cultura popular nacional desde hace bastantes años. Ya en 1956 se estrenaba Los Platillos Voladores, estelarizada por Evangelina Elizondo y Adalberto Martínez “Resortes”, quienes, confundidos por extraterrestres, fueron reclutados por un profesor para examinarlos y presentarlos con fascinación ante la sociedad mexicana, por supuesto, al ritmo de Los marcianos llegaron ya.
En 1960, en El Conquistador de la Luna, un despistado Clavillazo, que trabajaba como electricista en la casa de un científico, abordó por accidente un cohete que lo arrastró hasta nuestro satélite, enfrentándose ahí, en compañía de Ana Luisa Peluffo, con terribles marcianos que amenazaban con destruir la Tierra. En efecto, la década de los 60 vio un apogeo en los avistamientos e historias de personas que aseguraban haber visto o mantenido contacto con los seres de otros mundos, haciendo el tema tan familiar, que hasta en los pastelitos de la tienda se podían encontrar pequeños ovnis de juguete.
Clemente González Infante, pintor de brocha gorda, en 1965 colocó en el centro mediático su contacto con presuntos seres de Venus, quienes le habían advertido que el 1 de octubre platillos sobrevolarían la Ciudad de México, partiendo del Ángel de la Independencia hasta la Basílica de Guadalupe, como una pacífica despedida. Su vocero Aharon Aray Amath, presidente de la Asociación de Investigación Astrofísica, según decía, advirtió que incluso los alienígenas “levantarían automóviles”, retoma Edgar Olivares en El día que la Ciudad de México se paralizó para ver un “desfile” de ovnis (2017).
Un capitalino, que en ese entonces tenía solo 6 años, recuerda que un hombre con barbas largas y pulcras vestiduras se presentó en la televisión y los periódicos para anunciar la visita a la ciudad de los seres del espacio, con lo que pedía a la población mantenerse atenta ante los eventos. Cuenta que una noche antes, con temor, la gente se guardó en sus casas, mientras su padre aseguró con llave las puertas y atornilló las ventanas. Como una mala broma, la cinta de Martínez y Elizondo fue transmitida por televisión, pero al siguiente día, pese a que decenas de personas se congregaron en las calles, no hubo rastro de los supuestos venusinos.
Más de una década después, cerca de 1978, otro fenómeno alienígena sacudió la capital del país. Esta vez decenas de personas aseguraron haber visto por la noche un enorme disco volador sobre la ciudad. Según algunos reportes, este era descomunal y luces de colores se movían de forma circular en la superficie inferior del objeto. Ante la polémica, se indicó en medios que aquello atestiguado no era más que una avioneta que arrastraba un anuncio luminoso, promocionando cerveza. No obstante, muchos no se convencieron de la explicación, certeros de lo que habían observado.
En la lista hay más anécdotas que saltaron a la luz mediática, como el avistamiento de extraños objetos sobre el cielo de Campeche, reportado por elementos de la Fuerza Aérea en 2003, y los videos de naves desconocidas acercándose al cráter de volcán Popocatépetl, que vieron la luz en el entonces noticiero de López Dóriga. Sin embargo, algo queda claro, en México las historias sobre naves espaciales, hombrecitos verdes, grises o del color que sea, seguirán plagando los rincones de nuestra imaginación.