Es que nos la merecemos. Si cada pueblo tiene el gobierno que se merece, también, déjenme trocarlo a nuestro ámbito, cada afición tiene la fiesta que se merece. El domingo pasado la gente que asistió a la Plaza México, la más vacía del mundo y me refiero a los tendidos y a lo que pasa en la arena, celebró en plan obra cumbre, la faena para ruedo de trancas, pulque y chicharrón, que ofreció Joselito Adame a su segundo toro. Es que fue de pena ajena.
Como de costumbre, el torero de Aguascalientes burló al público y de paso al toro: ofició con el pico de la muleta, descargaba la suerte y echaba al morlaco para fuera. Ahora, además, sumó enganchones al trapo y aumentó la velocidad por lo que sus vertiginosas series parecían salmorejo en la licuadora.
Si eso es lo que nos merecemos, deberíamos lavar la ropa sucia en casa, pero los de Unicable nos ponen en evidencia transmitiendo nuestro remedo taurino a España. Siendo allá, cuando la corrida empieza, la una y media de la mañana, y con las mediocridades que pasan en el ruedo de Insurgentes, siempre pensé que no habría nadie que se desvelara para verlas. Pero resulta que sí, que hay quien las ve y uno de los televidentes españoles que se atreve, es el crítico taurino Manuel Molés.
En la página electrónica de la revista Aplausos, me encuentro un artículo que me coloreó la cara. Se llama “Espero su respuesta, señor Bailleres” y está firmado por Molés. Los párrafos son contundentes y dolorosos por ser verdades. En su texto, el periodista español dice que la Plaza México parece “[…] un monumento al cemento […]”; cierto, es que el coso monumental se ha convertido en un embudo de concreto por el que se está yendo nuestra fiesta al carajo. Luego, añade que “[…] salvo bienvenidas ocasiones, [ofrece] un desfile de mansos, de toros que perdieron la casta, de animales somnolientos que pueden herirte, claro, pero que no tienen los mínimos necesarios para la emoción. Ojo: me refiero a la emoción del toreo profundo, entregado y necesario.” El desfile ya lo conocemos: “Teofilitos”, “Bernalditos”, “Ferdinandos”, “Macarrones” y más. Por ellos, de la emoción del toreo profundo ya ni nos acordamos.
Ese es el peor de nuestros males. En nuestro país, lo profundo, lo trascendente, no interesa y acostumbrados a vivir de la trampa y la mentira, la verdad es un estorbo. En la Plaza México o único que importa es que los pases se vean bonitos, por eso, una faena mediocre y populista como la de Adame da para salir a hombros.
Dice Molés: “Lo que ves en televisión, salvo leves noches, es un espectáculo que parece organizado por antitaurinos.” Tiene razón, las corridas en la México son una parodia lastimosa que sólo sirve para dar argumentos en contra de la Fiesta. Se nos olvidó que debemos una lealtad al cornúpeta, para que el peligro devuelva el sentido que tiene matar toros en una arena ante los ojos de los asistentes.
¡Qué vergüenza, oigan!, veo las transmisiones por televisión y pienso que de los toreros, ganaderos, empresarios, y comentaristas, el único que, de verdad, tiene vergüenza es el director de cámaras. El hombre es un guerrillero opositor al sistema, que toro a toro, pone en evidencia lo cornicortos y mogones de necesidad, acuño este nuevo término para evitarme cualquier acusación de falso testimonio por asegurar sin pruebas que los pitones fueron recortados. Imagino al buen guerrero sentado frente a los monitores en la unidad de transmisiones, y cuando escucha a los del micrófono decir que los toros son serios por delante -termino por demás obtuso- él, fiel a la verdad, pide al cámara correspondiente que haga un zoom a la cornamenta. Silencioso y justiciero da toda una crónica, una imagen dice más que mil palabras, que desmiente a los que ponderan cornamentas infames.
Si no es con un toro mogón de necesidad, explíquenme ustedes, como Diego Silveti fue levantado sin que el pitón se encajara en su ingle, si en ese cuerno estuvo varios segundos. Perdónenme, pero con un toro en puntas, la cornada habría sido de caballo. Los toreros que actúan en la México han hecho del doctor Vázquez Bayod el hombre más desocupado del mundo y ahórrense los mensajes recordando a mi madre, no quiero que ningún torero sea cornado, pero sí que exista el grave riesgo de ser herido.
Manuel Molés termina su artículo advirtiendo a don Alberto Bailleres, el empresario taurino de nuestro tiempo: “El dinero es suyo, pero la fiesta es nuestra”. Aquí, somos tan descastados y tan tontos que no se lo diremos nunca. Es más, no nos hemos percatado que la fiesta sobrevive porque nosotros la pagamos y por tanto, es nuestra.