Siglo y medio de soles y mañanas de cristal; siglo y medio de empadres, nacencia, tentaderos, crianza y embarques. Siglo y medio de nostalgias, sueños, glorias y desengaños; de matrimonios, herencias y persistencias. Siglo y medio de casta y bravura. Historia de una casa legendaria de triunfos y tragedias, la de “Revenido”, “Cobijero”, “Calao”, “Soy de Seda”, “Timbalero”, “Siglo y medio” y otros más.
Por nuestra parte, los aficionados sentimos que habíamos pasado siglo y medio ofreciendo novenarios y pidiendo la intercesión de todos los santos, para que en la Plaza México anunciaran un encierro de toros bravos. Santa Casta, ora pronobis. Y hubo milagro, anunciaron a Piedras Negras.
El domingo, la ganadería venerada envío seis toros muy bien presentados. Bravos a la hora de acometer a los caballos y muy encastados, toros para imponerse primero y luego, hacerles cositas, si no, se van para arriba y ya no los baja ni toda la corte celestial. El cornipaso, era una estampa de pureza en el encaste del Saltillo y se fue con mucho adentro. Al tercero, lo desfondaron con la vara de picar. Los seis fueron toros importantes que pidieron el historial académico a los espadas José Luis Angelino, Antonio García El Chihuahua y Gerardo Rivera, pero ninguno de los tres traía el expediente completamente aprobado.
“Siglo y medio” fue un toro buenísimo al que Gerardo Rivera no supo encontrarle el fondo. Es que a los jóvenes toreros les enseñan que basta con que la gente grite ole y ya encaminados, ellos solos aprenden que muchos oles y un espadazo encajado hasta los gavilanes donde se pueda, dan como resultado el corte de orejas y así, con ellas en las manos, se sale en las fotografías enarbolando el estandarte de triunfador y después, que los demás digan misa. Sin embargo, una tarde llega la corrida comprometedora y para bien -o para mal- al ruedo salta un “Siglo y medio” y con él aparece toda la cruda realidad: el toreo superficial resta, limita y es muy cruel porque se vislumbra el éxito que pudo ser, pero que no se alcanza.
El cárdeno número veintitrés fue tan bueno que cuando era bien toreado hacía el “avioncito” La lidia no es otra cosa que transformar la acometida brutal del toro en embestida armónica, es decir, que el diestro debe desnaturalizarla. Lo dijo el sabio, categórico y admirado Francis Wolff en su texto Toros y Filosofía: “… [la embestida], que debe ser formada, informada, transformada, que debe ser conducida, apaciguada, acariciada, en suma desnaturalizada, para que se haga bella, humana, poética.”
Lo he escrito antes, el toreo es un acto humano que conlleva una dignidad muy alta. La faena debe estar fundamentada en la verdad, porque es en la práctica de la más firme lealtad del torero para con el toro, donde se da la diferencia entre lo excelso del arte y la vulgaridad de una matanza. Las virtudes que dan al matador el título de maestro son: el valor, la lealtad, la inteligencia y la intención de belleza.
¿“Siglo y medio” era un toro de indulto?. No lo sabremos nunca, porque la obra de arte en la arena es el resultado de una alianza entre el hombre y el animal. Con el gran toro, el torero tiene que tener la sagacidad de descubrirlo en el capote, mostrarlo en la pica cuando las fuerzas en tensión hacen que la escena quede inmóvil y, finalmente, reafirmarlo con la muleta, al momento en que la muñeca del diestro se desmaya en cada pase. Como ya se ha dicho en distintos medios, el piedrenegrino nunca fue conducido hacia la aprobación unánime.
Sin embargo, la tarde tuvo la esencia fundamental que se nota cuando los toros tienen edad, casta y trapío. Sobre la arena de la Plaza México, los de Piedras Negras arrojaron el desafío y que recoja el guante el que tenga arrestos. La palabra la tienen las figuras españolas, que han quedado a deber tanto y también, los de la empresa de la Plaza México. Por nombrar uno que sí posee vergüenza y por lo menos, una vez cada año se prueba con ganaderías verdaderamente bravas durante la temporada europea, es Sebastián Castella.
No hay emoción más delirante que ver a un toro saltar a la luz desde la oscuridad de la puerta de toriles. Si además es encastado, tiene clase en la embestida y es bello de estampa, uno en su asiento levita fascinado. Ese es el gran reproche a Gerardo Rivera, que no nos hizo levitar con más pujanza.