El secretario de Movilidad y Transporte en el estado, Guillermo Aréchiga Santamaría está colocado sobre una bomba de tiempo, cuyo estallido está previsto parta dentro de un poco más de dos semanas.

La batalla por la modernización del transporte público parece perdida. La evidencia está a la vista de todos. En todo momento y en prácticamente todas las unidades de transporte. Los vehículos siguen en servicio, pero en condiciones de asombro: sucios, destartalados, con asientos desgarrados, y lo peor, con chóferes sin la mínima empatía con el usuario.

Los funcionarios que han participado en los operativos para aplicar la norma en la materia han podido dar cuenta de la anarquía con la que opera el sistema de transporte público: con placas sobre puestas, sin licencia de manejo vigente, sin concesiones entregadas por el estado y operadores sin la capacitación debida.

El salto cualitativo a contar con un sistema de transporte eficiente, limpio y seguro con choferes debidamente preparados y capacitados, está por convertirse en una de las más apremiantes asignaturas en la administración de Miguel Barbosa.

El anuncio del incremento a la tarifa para el uso del transporte público en octubre pasado vino acompañada de una necesaria y obligada dignificación en la prestación del servicio, para lo que se estableció un plazo perentorio que vence el 10 de febrero.

El incremento a la tarifa en la zona metropolitana supuso explosivo combustible para la oposición, que abrió fuego en contra de la naciente administración por razones políticas. El muy probable incumplimiento de la transformación de las unidades recrudecerá esa condición.

Al menos 10 mil unidades deberán ser convertidas a unidades limpias, seguras y dignas. Sin embargo en la relación concesionario y autoridad casi siempre se ha salido con la suya el primero. En el fondo nada parece haber cambiado esa ecuación.

Aréchiga Santamaría, que no es exactamente un cuadro fundador del Movimiento Regeneración Nacional, ni obradorista de cepa y mucho menos un barbosista probado, parece tener los días contados.

A menos claro, que la ex lideresa del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, símbolo de la corrupción sindical, vuelva a activar su red de vínculo y relaciones para mantener la cuota que se le entregó a través del Secretario que no pudo con el pulpo transportista. Falta muy poco para confirmar ese escenario.