La pregunta en las redes sociales se repitió fastidiosa: ¿Ustedes a quien pondrían? Se refería a qué matador elegirían los seguidores, para las vacantes existentes en los carteles de las tres corridas conmemorativas del septuagésimo cuarto aniversario de la plaza México, incluida la del estoque de oro. La verdad, es que yo no supe qué contestar.
No, no es amargura a ultranza, es que al toreo -como profetizó Enrique Ponce- ya nos lo cargamos entre todos, él, desde luego, ha sido uno de los más aplicados en darle aire. Al punto, juro por el penacho de Moctezuma que nunca olvidaré su ofensiva declaración en una entrevista cuando dijo lo de la carita del toro mexicano. Es que con esas palabras, a los aficionados mexicanos nos consideró retrasados mentales. Soy rencoroso y esas palabras no las borra de mi memoria ni la mejor de sus faenas.
¿Cómo confeccionar en México un cartel para una corrida de postín? Es una pregunta de alta filosofía, es decir, sin respuesta. La mayoría de las ganaderías, en busca de ese toro que sirva para ejecutar lo bonito pero sin fondo, han terminado con la casta. En cuanto a los toreros de aquí, ¿a quién se pone? Si ya no quedan figuras que arrastren a los públicos. ¿Y de los españoles? Uno o dos, que los demás vienen de vacaciones en plan todo incluido. Lo del gusto por el arte de los maestros ibéricos son entusiasmos advenedizos de aficionados ingenuos, que todavía sueñan con poncinas y con los duendes de Morante. Camelos de gran calado. Nunca se han preguntado ustedes ¿por qué a Morante siempre le corresponden los dos toros más chicos del encierro? O ¿por qué siempre hay que verlo con un solo toro debido a que es regla que le devuelvan el otro?. Los duendes del de la Puebla son más escurridizos que los de Huasca, que uno no los ve ni andando hasta las orejas de tequila.
Por otra parte, queda la clasificación de jóvenes promesas, que son un par de falacias, porque ya no son tan jóvenes y desde luego, no son ninguna promesa. Esos toreros nunca han dicho nada, ni lo dirán, porque no entienden -ni entenderán- que la cosa no se trata de torear bonito y cortar orejas, sino de ejecutar con profunda verdad buscando la trascendencia. No les enseñaron a tener un poco de vergüenza. Por eso, oportunidades van y oportunidades vienen y sus carreras no prosperan y en cambio, los tendidos se van vaciando cada temporada más que la anterior.
Otros diestros de la camada joven, un par de ellos que no acaban de cuajar, son un paliativo, que sólo sirven para no caer en la desesperanza total y tomarse el frasco completo de Valium o pintarse el pelo de verde y empezar a gritar consignas en contra de la tauromaquia.
¡Qué flojera! No sé a quién pondría. Ya que se acabe el ciclo y que empiece la feria de Valencia. Dicen que en España también dan coba: que si lo del monoencaste Domecq, que allá también se arreglan los pitones, que las figuras no sortean, pero su coba es más refinada y la oreja se las ven con mayor categoría.
Los tiempos han cambiado. Actualmente, en la Plaza México, el toro no sólo ha perdido su papel de protagonista, sino que también se quedó sin casta y sin defensas. Un matador en el ruedo de insurgentes, salvo verdaderos accidentes, torea con una seguridad impensable hace veinte años. Los toros levantan del suelo a los toreros, pero no les encajan un cuerno ni de coña y sin esa posibilidad, se acabó el rito. Sin embargo, eso a nadie le importa, porque los públicos se han vuelto cada día más frívolos y van a la plaza en busca de diversión y jolgorio. Así que, yo no sé a quién pondría. De lo que sí estoy seguro es que el toro fiero, encastado, noble y con los pitones íntegros es el que, a fin de cuentas, hace la tarde. Que anuncien toros así y después, que pongan los nombres de los toreros que quieran, o mejor dicho, de los que se atrevan.