No, no estaban tan mal y en el fondo hasta tenían razón. Lo que el público de la Plaza México quería salvar pidiendo el indulto del toro de Santa Fe del Campo, no era a ese animal en específico, sino preservar su derecho a los toros que causan emoción, porque brindan los sobresaltos del peligro. Yo que siempre he dicho que no hay afición más superficial ni villamelona que la que asiste a los tendidos de la fosa de Insurgentes, ahora, les aplaudo.
Sí, desde luego, el toro no era de indulto ni de coña, pero fue un bovino con movilidad y en sus galopes iba despidiendo la sensación de peligro. No tenía la tonta condición de un teofilito, menos la nobleza borreguil de un bernaldito, merengues que cuando la figura -a esos embutidos sólo los torean las figuras- les acercan los muslos hasta los belfos, responden con una bondad que te cagas al observarlos olfateando los bordados, como los “Firulais” de lidia que son. Pero este no. El barbas se creyó su condición de toro de lidia, bravo o con genio o pónganle el defecto que ustedes quieran, pero se comportó como un toro. Nada más saltando a la arena, se dedicó a arreglar asuntos. ¡Alerta, alerta, un toro! alarmas y focos rojos, pánico en la peonería. Cuando las cuadrillas ponen cara de susto y no saben qué hacer, uno sabe de inmediato que en la arena hay un toro de verdad.
El primer pagano fue el picador de la contraquerencia que en su vida se imaginó que un morito lo voltearía de ese modo. La inexpugnable fortaleza de picar dio un giro en redondo sobre su lomo. Qué sí, que el toro fue mal colocado -díganme en México quien coloca bien un toro-, que si el caballo estaba mal parado, lo que ustedes gusten, pero se vio el poder que tiene el mítico cornúpeta de lidia. Luego, como nadie sabía qué hacer, el bicho por poco se lleva de corbata al picador que se salvó gracias a la distracción del corredor.
Acto seguido, el de Santa Fe del Campo hizo por el caballo de la querencia y también, junto con el jinete los puso a masticar arena. Los banderilleros hicieron su trabajo como una gesta, cosa que debería ser lo cotidiano y nos fuimos al último tercio.
Arturo Saldívar, por su parte, supo sobrevivir esmerándose en torear de lejos, descargando la suerte y echando al morlaco para fuera, el coleta zozobraba disimulando. O sea que no se arredró, pero tampoco toreó con verdad. En ese momento empezó el desastre. La gente, acostumbrada a las boberías de los toros de siempre, quiso inmortalizar su derecho a la emoción verdadera del toreo y la materializó en el toro zacatecano. En su ilusión tomaban por excepcional a un toro bravo sin más. Muchos pedían el indulto, otros se metía con el torero de Aguascalientes y los tendidos eran una escandalera que desgranaba todo el muestrario del lenguaje más bárbaro del México bárbaro. Lo dicho, sale un toro y nadie, ni el público, sabe qué hacer.
Finalmente, las cosas volvieron a ser lo de siempre, al rejoneador junior, Guillermo Hermoso, por estar errático con los pares a dos manos en un tercio que duró lo que un lunes sin fumar, deslucido en su actuación y con el toro alcanzando a los caballos, le dieron una oreja. Verde que te quiero verde, protegido por los dioses nos la repartió con queso.
Santa Fe del Campo es una ganadería emocionante y vale la pena seguirla. En los tiempos que corren, a la bravura no entendida ni aceptada se le llama mansedumbre, la prueba es que el matador le pegó pases, devaluados porque no quiso ajustarse, pero le hizo faena. Así, la temporada cerró hecha un jolgorio, o sea, muy en el tipo de la plaza.