Inicié mi intervención diciendo que todo acto humano genera cultura y que las tradiciones conforman uno de sus elementos más importantes. Por ello, en el acto de presentación del programa de actividades de la Celebración de los 150 Años de la Ganadería de Piedras Negras, al que tuve el honor de ser invitado por la licenciada Anabel  Alvarado Varela, secretaria de Turismo, elegí el tema de la cultura para mi intervención. Comparto con ustedes el texto que escribí y que leí la tarde del lunes, en el Museo de la Memoria de Tlaxcala:

“Han dejado una enorme herencia artística. Las corridas de toros con sus luces y sus sombras, su drama y colorido, sus miedos y sus atrevimientos, con sus triunfos y sus fracasos activan la imaginación de los creadores. Los temas taurinos han dado pie para que los virtuosos de todas las disciplinas interpreten el mundo a través de ellas.

Por ello, no es extraño que desde el Paleolítico, adentrándonos en las cuevas de Altamira y de Lascaux, el hombre haya manifestado su interés por pintar los toros. Tampoco es para sorprenderse que un genio como Vincent Van Gogh haya pintado Una tarde en la plaza de Arles, ni que a Edouard Manet lo inspirara la tragedia y con ella creó El torero muerto. Así, podríamos enumerar un inventario en todas las bellas artes. Mariano Benlliure nos dejó La estocada de la tarde, una escultura en bronce llena de ritmo conmemorando el día en que Machaquito clavó la espada en todo lo alto a un toro de Miura, que a punto de desplomarse, quedó perpetuado. Por su parte, Georges Bizet nos ha legado Carmen, la ópera por excelencia.

La fiesta taurina tiene dos protagonistas: el toro y el torero. El animal,  con sus reacciones y querencias, con su integridad y su belleza. El ser humano, con sus sentimientos e intelecto. La coincidencia de sus vidas en un tiempo, espacio y circunstancia fugaces, inspira a los creadores y no sólo en el instante en que los dos se funden en una pieza, también, cada uno por su cuenta, el toro en el campo y el torero, por ejemplo, a la hora de vestirse que es momento trascendental del rito.

Los testimonios son interminables: Woody Allen adornó la película Zelig con una escena de toros. Jean Cau habló de las banderas inmóviles sobre los tejados del coso taurino y del sol brillante, conspirando para tener una buena tarde de toros. Fernando Botero plasma en la obesidad de sus coloridos protagonistas una fiesta ya de sí muy vistosa. Y está también, la creación del perverso y maravilloso Salvador Dalí: El torero alucinógeno.

En fin, para muchos artistas siempre es atrayente la actitud de un hombre que pone las femorales a centímetros de los pitones con el único fin de expresar su vocación; o la cobardía de otro que libra el trance pasando las penas del infierno. A algunos, les fascina la actitud de un tipo desmadejado y herido que levantándose con el rostro lívido y sucio de arena, monta la espada y se tira a matar con la naturalidad de quien entra a un café. A su vez, les subyuga la bizarría del toro bravísimo que indultado se engalla pidiendo más pelea, como el mismísimo “Siglo y medio”. La lidia está cargada de esteticismo y de estoicismo, al artista se conmueve y se deja llevar por el sentimiento para plasmar en su obra una de las acciones humanas más vibrantes y de mayor plasticidad.

En la actualidad, nos quedan algunos bastiones de la bravura y de la tradición. Uno de ellos, para mí el principal del continente americano, es la casa madre Piedras Negras.  En ella, generacionalmente, se ha sido fiel a un sueño: el de criar toros encastados y con movilidad a los que hay que poderles. Ejemplares bellos y emocionantes se crían cercanos a las venerables murallas de piedra que conforman el casco de la hacienda, antiguos esplendores de una edificación que ha visto pasar cuatrocientos años de afanes y labores camperas, allí pasta una torada claramente definida en su tipo, ejemplares de muy bella lámina, parejos de hechuras y de comportamiento uniforme.

Domingo Ortega en su conferencia El arte de torear, dictada en el Ateneo de Madrid, dejó dicho a los aficionados de todas las épocas: “El día que los espectadores no encuentren ningún peligro en la corrida, todos ustedes se desentenderían de la fiesta de toros”. Eso no pasará mientras exista Piedras Negras.

Los que tenemos goterones de sangre roja, negra sangre, corriendo por las venas, lo sabemos: Venerar a Piedras Negras es venerar a la bravura por delante, y eso, es guardarle un profundo amor a la tauromaquia. ¡Feliz aniversario Piedras Negras, larga vida y que tu gloria siga brillando tan espléndida como hasta ahora!”