Profe, mejor, cuéntenos por qué le gustan los toros, fue la contra oferta que me hicieron cuando les dije que haríamos un repaso del curso. Sucedió el lunes nueve de marzo, día que en México se llevó a cabo el paro nacional feminista en protesta por la violencia contra la mujer y por ello, las estudiantes no asistieron a clases. Fuimos solidarios así que, no habría avance en el temario. La explanada central de la universidad se veía desolada. Fue extraño ver alguno que otro grupo de hombres que conversaban y a ninguna mujer. En el salón de clases la desolación fue mayor, allí, había cinco alumnos y faltaban las veinticinco chicas, de los treinta inscritos en el curso. Éramos los hombres más solitarios del mundo.

Eché mano de youtube y les dije: por unos momentos, no piensen en nada de lo que les han dicho, sólo sientan y a ver qué les dice su corazón, mientras Luis Miguel Encabo en la pantalla, se esforzaba con éxito por detener el tiempo y “Murciano” de Victorino Martín acometía bravo y codicioso. Durante el tercio de quites alternaron el matador de turno y Víctor Puerto, y nosotros disfrutamos la creatividad del toreo. Las preguntas salían espontáneas: ¿De eso se trata? ¿Cuántos puntos tuvieron por hacer eso?. Sí, de eso se trata y aquí no hay puntos. Pero, entonces, ¿cómo saben quién va ganando? En el toreo, ganan los espectadores, manifesté, aunque se contabilizan las orejas cortadas, no hay marcador. Luego, el toro fue al caballo y lo hizo con gran bravura. Les expliqué que no se trataba de maltratar al animal, sino de descongestionarlo y restarle poder. Entre dudas y explicaciones, los hice ver las razones del porqué “Murciano” era un gran toro. En banderillas, Luis Francisco Esplá y Encabo, se jugaron la piel. Los alumnos estaban emocionados. Cuando la faena de muleta, les mostré el valor de Luis Miguel Encabo que adelantaba la pierna poniendo el pecho por delante. Estaban contentos, habían descubierto un universo. Al final, uno de los jóvenes expresó: De todos modos, no me gustó, es muy cruel. No, argumenté: es cruenta, pero no cruel, el asunto es de un delgado matiz, pero tiene una enorme diferencia. El toreo es el juego estético del valor, la inteligencia y la lealtad del ser humano, en complemento a la bravura, la nobleza y la fuerza del toro. Esas, entre otras, les aseguré, son las razones del por qué me gusta el toreo.

Al final, pasé lista pronunciando enfáticamente los nombres de cada estudiante. Desde luego, la consigna era poner asistencia a todas las chicas aunque no estuvieran, y no era necesario ningún mandato, ante su lucha contra la violencia, yo jamás les hubiera puesto falta a ninguna. Con una gran melancolía empecé a pronunciar los vocativos; siempre paso lista sólo con el nombre, es decir, sin decir el apellido, así que pronuncié el primero: Itzel, y me disponía a leer el siguiente, cuando escuché la voz tímida de uno de los chicos que allí estaban: presente. Asentí con un nudo en el gañote. Nombré a la siguiente: Paola, la respuesta sumó integrantes y fue más firme, ¡presente! Karla, aquí contestamos todos: ¡presente! Y nos miramos como los cómplices que éramos en el cariño a las chicas que nos acompañan cada clase y que esa mañana, su ausencia nos llenaba de nostalgia. Así, mencioné una a una.

Teníamos el corazón en un puño. En esa sesión aprendí que la palabra “presente” no sólo significa la asistencia a clases, sino que se está vivo y  que cada estudiante, hombre o mujer, está allí en su mesa, con toda su historia, con las alegrías y los pesares de su circunstancia  y con la ilusión de sus sueños que incluyen un proyecto de vida. A esto hemos llegado y sólo se entienden en un país en el que cuando alguien se ausenta, uno se preocupa, porque la baja puede ser definitiva. No hay diferencias sino solidaridad por la paz  y la justicia que añoramos tanto, todos estamos juntos en la lucha.