Sólo quien ha tenido la desventura de pasar una noche en los separos de una Casa de Justicia sabe de la humillante condición humana que inevitablemente se adquiere en el momento mismo del ingreso.

Es la materialización del descenso al inframundo en donde todas y todos adquieren una misma circunstancia: la reducción a la nada, sin fueros especiales, capacidades económicas o influencias.

Pueden ser horas o una noche completa, el resultado es el mismo, reducido ante al aparato de justicia del Estado Mexicano frente a quien presumiblemente violentó la norma que permite a todas y todos ser iguales en una sociedad ideal.

Así debió sentirse el imputado Eukid N. al ingresar a uno de los diez pequeños separos de dos metros cuadrados, con su colchoneta para pasar la noche, lejos del poderío económico y político que llegó a acumular en sus días de gloria con los Moreno Valle-Alonso Hidalgo en el poder absoluto.

Paradoja de la vida, el hombre a quien como vicecoordinador de la bancada del Partido Acción Nacional en San Lázaro llamaban jefe Eukid, hoy imputado por el supuesto delito de extorsión entre otros, debe saber de los padecimientos que vivieron cientos a quienes el régimen al que sirvió, envió sin piedad.

Para ingresar a los separos de la Casa de Justicia en el extremo sur de la ciudad se accede por un ingreso lateral hasta la zona de habitáculos para presuntos infractores de la ley.

Dos filas de cinco celdas, una frente a la otra con un diminuto baño metálico sin división alguna para mantener a salvo del escrutinio la dignidad al momento del desahogo de necesidades fisiológicas.

No son pocos los testimonios que han pasado por ese tramo penoso de la vida que terminan por sentir repulsión que genera la pertinaz luz blanca sobre mujeres y hombres que enfrentan algún proceso penal.

De día o de noche, las balastras y sus lámparas de tubo de neón bañan a inquilinos de ocasión hasta llegar siempre a la misma pregunta, en forma inequívoca: ¿Es de noche o de día? La incertidumbre que genera el desconocimiento de espacio y tiempo no se puede describir.

Sólo él sabrá del sentimiento íntimo a la hora de los alimentos en ese lugar, con una bolsa de plástico en las manos del policía de cárcel.

Acostumbrado a las mejores viandas, habitual comensal de los establecimientos más costosos del caribe, en Boston o en la zona metropolitana de Puebla, Eukid N. pasa las horas en espera de que un juez de control decida si dicta prisión preventiva oficiosa.

Mientras, fuera de esa fortaleza en la que se pierde la dignidad como persona, un cinturón de elementos de la Guardia Nacional, Policía Estatal y Fiscalía General del Estado se mantenían expectantes, como si se tratara de un jefe mafioso.