Como a tantas otras cosas, a esto también se lo cargó la intolerancia y la arbitrariedad. Victorino Martín se ha despertado la mañana del martes, para percatarse que tenía cientos de mensajes en sus redes sociales, en los que sus seguidores le avisaban que habían “hackeado” su cuenta de Instagram (@Victorinotoros). Los cibercriminales hicieron trizas la página electrónica y se cargaron todo el contenido, que el criador y su equipo habían subido para promover el conocimiento de la cría de toros de lidia y de los trabajos de una de las ganaderías más emblemáticas del mundo.
¿Se imaginan ustedes la cara desencajada y de estupor que puso el que perdió cientos de videos y fotografías, además de setenta y cinco mil seguidores?. Es una catástrofe y todo debido a uno o varios delincuentes que decidieron divertirse o vengarse con tamaña felonía. También, ¿por qué no?, pudo ser un “hacker” antitaurino y eso ya va por otra vertiente, la de la intransigencia y el absurdo: si no piensas lo mismo que yo, prepárate a pagar las consecuencias. Eso tienen los antitaurinos más recalcitrantes, que no sólo espetan insultos cuando hacen valla ante la entrada de la plaza de toros, sino que se atreven a tirar golpes y amenazas de muerte a personas que piensan diferente y en el colmo del fanatismo, cometen delitos bajo el estandarte, según ellos, de hacer justicia a los toros bravos.
Modernos prodigios de la tecnología a los que el bien y el mal tienen entrada. Es que en el ámbito cibernético, el mal domina anchos mares por los que en la noche fría y oscura de los dígitos binarios, navegan los barcos de bandera negra con calavera al centro. Sin embargo, un “hacker”, palabra que no se puede traducir al habla de Castilla, no siempre es un pirata informático como lo define el diccionario de la Real Academia Española. Según otro diccionario, el Panhispánico de Dudas, puntualiza al término “hacker” como a la persona que cuenta con grandes habilidades y oficio en el manejo de computadoras. Si nos apegamos a esta segunda definición, entonces, Bill Gates y Steve Jobs han sido grandes “hackers”. Pero el caso y la cosa que hoy me pone a pulsar teclas, son las acciones vandálicas de unos hijos de puta que se saben de memoria todos los manuales y secuencias de la informática con el fin de hacer el mal y que asumen el papel de justicieros vengadores.
El ganadero ya hizo la denuncia a la policía, la agresión sufrida en su página llega después de muchas amenazas recibidas en los últimos días, en una actualidad, en la que Victorino Martín aparece con frecuencia en los medios de comunicación como presidente de la Fundación del Toro de Lidia, por las gestiones que ha hecho ante la crisis pandémica y económica, con objeto de conseguir el apoyo del gobierno para el muy golpeado sector taurino.
Cuando se arruina un sitio web de toros a mansalva y el archivo documental electrónico es arrasado, el golpe no sólo es contra la tauromaquia, sino que hay algo de nosotros, los seres humanos, que también se escapa. Donde había fotografías, videos y textos de interés para muchos, sólo queda una mancha oscura que acrecienta la ignominia que nos recuerda que la intolerancia y la falta de respeto han existido siempre. Destruir una página electrónica sólo porque no se está de acuerdo con lo que en ella se publica, es como matar el alma de los que la amaban y eso es tan vil como lastimar el cuerpo.
Las ganaderías de toros bravos forman parte preciada de la cultura de la humanidad, pero no como un hecho aislado, sino como el elemento fundamental de una tradición, que tienen su razón de ser en la corrida de toros. Atentar contra su acervo histórico es una infamia, un atropello y un delito grave, que amerita un castigo muy severo para estos inquisidores del siglo veintiuno.