Lo han cosido a cornadas. Sin una brizna de piedad se han ensañado y le han dicho el huevo y quien lo puso. El mundo se hunde, un hombre ha propuesto modificaciones nada ortodoxas al arte de torear. Qué caiga fuego del cielo y que atruenen las trompetas del Apocalipsis: ¡un taurino quiere corridas con menos sangre! Que sobre él caiga toda la furia del dios colibrí, que, por cierto, era un sanguinario.

Sin embargo, poniendo menos resentimiento y más reflexión, las propuestas del ganadero Julián Hamdan no son descabelladas, al contrario. Si queremos nuevos aficionados en la plaza, sobre todo, si los queremos jóvenes, el concepto de la corrida actual debe adecuarse a los tiempos. La fórmula: menos daño al toro y más verdad.

El criador sugiere para el tercio de varas que la puya sea disminuida a la mitad. En el segundo tercio plantea que las banderillas lleven clavos en vez de los arpones que lastiman más. Con respecto a la última parte, aventura que haya sólo dos oportunidades de tirarse a matar.

¿Hay algo de malo en eso? Creo que no, al contrario, hace mucha falta que ya no se use la puya leona y que se acabe el multipuyazo. Con una pica más pequeña la lucha contra el varilarguero será más prolongada y podrían darse hasta tres encuentros. Lo de las banderillas, pues sí, con un clavo serían menos dañinas. Lo propuesto para el tercio de muerte es muy bueno o ¿a ustedes les gusta ver a un diestro en una mala tarde, tirándose a matar media docena de veces y descabellando varias más? A mí, no, hasta ganas me dan de abandonar el tendido. 

Sin embargo, la propuesta del señor Hamdan ha exacerbado el celo de los guardianes del templo que se han salido de sus casillas y la han emprendido contra él, ¡fuego al blasfemo!. Le han llamado detractor de la purísima fiesta brava mexicana -permítanme que me tire al suelo de la risa- y además, agregan que sus toros mansurrones son el último peldaño antes de hundirnos en la total decadencia. Los puristas se rasgaron las vestiduras y han puesto el grito en el cielo como si la fiesta en nuestro país no fuera una parodia y como si se dieran corridas con gente en las taquillas repartiéndose cachetadas por conseguir una entrada.

Para sobrevivir en “la nueva normalidad” y a la recesión económica que ha comenzado y se percibe larga como un día sin comer, la fiesta de toros debe renovarse o desaparecerá. Será necesario que nuevos aficionados empiecen a enamorarse del toreo y asistan a la plaza. Sin embargo,  a esos jóvenes no les gusta la sangre de verdad, prefieren la de los zombis en el X-Box y la de los acribillados en las series de televisión y mucho menos, gustan del maltrato a los animales. Por eso, las propuestas del ganadero Hamdan son atinadas, urgentes y muy necesarias.

Una cosa es cierta, cuando se anuncian toros de Julián Hamdan la plaza parece una confitería en la que turrones con cuernos son lidiados por toreros de mazapán, todo bañado en el dulce jarabe de la nobleza exagerada y garapiñado con la fantochería toreril, pero eso es otra cosa.

La verdad del toreo no está en el daño que se le hace al toro, sino en la casta, los pitones intactos, la fuerza y la edad. Así que nada, los tiempos del cambio han llegado. Claro está, el cambio para todos, y a nosotros los aficionados cabales nos corresponde volver la hoja de los prejuicios, igual que lo hicieron los aficionados de la década de los años veinte del siglo pasado,-1928, para ser precisos- cuando Primo de Rivera ordenó el tremendo sacrilegio de mandar ponerle peto a los jacos. Sí, se modificó la lidia, por ejemplo se acabó la querencia del caballo, que se daba cuando el toro no se quería alejar de los despojos del equino que había matado. En ese tiempo, igual que ahora, los ortodoxos se opusieron exaltados. El crítico andaluz Triquitraque en tono burlón llamó a los petos “chalecos de fantasía”, si viera los que se usan ahora, les diría abrigos.

¿Terminaron con el toreo? ¿Disminuyeron la calidad de la lidia? No, al contrario, evolucionó para bien y ese fue uno de los cimientos del toreo artístico contemporáneo. ¿Entonces?. La ley natural es inflexible, desde hace millones de años evolución equivale a supervivencia.