La tauromaquia ha evolucionado a través de la oposición de estilos de torear. Una dialéctica en su más pura esencia. Primero fueron los matatoros navarros que concebían los juegos ante los bovinos en forma distinta que los toreros andaluces.
Luego vino la disputa entre la llamada escuela rondeña, que se se caracterizaba por la sobriedad y la economía de medios, y la escuela sevillana que estaba asociada a la gracia, la ligereza y el jugueteo con los toros.
En el toreo moderno también se ha presentado una disputa entre dos rutas que –como lo explica Pepe Alameda en su libro Los arquitectos del toreo moderno– se influyeron mutuamente, pero conservando un trazo definido.
Una ruta es la del toreo en cruce, de quienes tienden a avanzar con el toro, mandándolo hacia delante, toreo de expulsión. La otra ruta es la del toreo en línea, de reunión, en que el lidiador intenta ser el eje. En el tratado El hilo del toreo, el propio Alameda llamó a estas dos rutas el toreo “cambiado” y el toreo en “línea natural”.
Fue el pensador griego Heráclito de Éfeso el primero en explicar que las contradicciones no paralizan sino que dinamizan. Las cosas se empujan unas a otras oponiéndose. El filósofo alemán Hegel señaló que tanto el pensamiento como las artes avanzan por contraposiciones. Para Hegel, los movimientos históricos están hechos de afirmaciones, negaciones y de la búsqueda de una síntesis superadora de lo afirmado y lo negado.
En la tauromaquia el diálogo antagónico del que se ha derivado el toreo moderno empezó con Frascuelo y Lagartijo.
Salvador Sánchez “Frascuelo” (1842-1898) fue un torero “cambiado”, mientras que Rafael Molina “Lagartijo” (1841-1900) lo era “en línea natural”. La rivalidad fue épica. Frascuelo realizaba actos temerarios como tumbarse delante de un toro. Lagartijo se volvió más artístico y con ello alcanzó la cima del toreo y fue nombrado el Gran Califa de Córdoba.
El Segundo Califa, Rafael Guerra “Guerrita”, tomó la estafeta de Lagartijo y dio un paso fundamental para la génesis del toreo moderno. Guerrita fue un hombre de una gran intuición que dominó a los toros, entendió al público y visualizó el toreo moderno. Para muchos es el personaje más importante del último tercio del siglo XIX y uno de los más destacados de la historia de la tauromaquia.
Guerrita fue revolucionario. Analicemos, por ejemplo, su verónica. Antes de él, los toreros daban la salida con las dos manos a la vez, estirando los brazos hacia arriba. Guerrita estableció la diferencia funcional de ambas manos: una que despide y otra que sujeta. El Guerra fue también quien dio los primeros pases en redondo; y lo hizo con tal dominio que se dice que en abril de 1894 a Farolero le ligó diez pases naturales en la plaza de Madrid.
Su toreo en línea natural y colocándose al costado provocó críticas. Aficionados y periodistas “anti-guerrita” lo llamaron ventajista y se decantaron por un estilo en cruce, de un toreo cambiado o de expulsión.
Guerrita tenía ingenio y estaba consciente de su grandeza. En una ocasión el rey Alfonso XIII le comentó que lo había confundido con un obispo, a lo que Guerrita contestó “¡Qué obispo ni qué cuernos! ¡En lo mío he sido yo el Papa!”. Cuando se retiró sentenció: "Después de mí, naide … y después de naide, Fuentes".
El hilo del toreo es la estafeta que Lagartijo le cedió a Guerrita, que Fuentes tomó de “naide” y que fue pasando por otros artistas hasta llegar a Chicuelo para crear el toreo en redondo. Esta forma de toreo “en línea natural”, probablemente, alcanzó su máxima expresión con Manolete. Una manera de interpretación que tuvo en el toreo “cambiado” o de “expulsión” a sus antagonistas: Frascuelo de Lagartijo, Rafael “el Gallo” de Guerrita, Bombita de Fuentes, Belmonte de Gallito… una dialéctica que ha permitido la evolución del toreo moderno.