¡Estamos frente al toro! Quizá esa fue la primera frase que le escuché. Era yo uno de los muchos aficionados jóvenes, que buscaban saber un poco más de la apasionante fiesta de los toros.

Así, “Frente al Toro”, fue como bautizó a su edición sabatina que durante años condujo acompañado del inolvidable Toño Casanueva en la HR de AM.

Y no era casual, porque así como todos los toreros enfrentan la muerte en el ruedo, él lo hizo en su vida. Cual figura del toreo, Ismael Ríos se puso siempre “frente al toro”.

Años después de escucharlo por vez primera, terminamos rivalizando en los micrófonos.

Mientras él transmitía Frente al Toro por la 10.90, yo hacía mi programa Cargando la Suerte por la 12.80. En tardes de corrida, él narraba desde burladero de Radio ACIR y yo lo hacía del otro lado del ruedo a través de Radio Tribuna.

Después competimos por años como cronistas exclusivos de la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma recorriendo todas las plazas del país, hasta que el destino nos llevó a compartir el mismo micrófono en la transmisión de Televisa para narrar la alternativa de Jerónimo, con Enrique Ponce de padrino y Rafael Ortega como testigo.

A partir de ese día, se acabaron los celos y las rivalidades, dejamos los dardos guardados y vimos nacer una amistad que se convirtió en una hermandad inquebrantable.

Al señor Ríos como me gustaba decirle, lo admirabas más conforme lo conocías.

Convirtió a la Liga Estudiantil de fútbol en la mejor de Puebla. Hizo de los chicos del Iberia un trabuco que ganaba un año sí y otro también el campeonato, pese a que no cuentan con una cancha y entrenaban en el típico patio de cemento de la escuela.

Rescató y mantuvo el legado cultural de Los Niños Cantores de Puebla, dando oportunidad a esos pequeños de conocer el mundo, poniendo en alto el nombre de Puebla.

Como maestro de periodismo era un formador implacable. La cátedra de Géneros Periodísticos en la Ibero y la Buap era una temible aduana, que marcó el camino a muchos de los que hoy son magníficos reporteros.

A los que hacemos periodismo, nos resulta muy complejo respetar a quienes cumplen con la función de directores de Comunicación Social. Pero en el caso de Ismael, la relación se hacía simple y sencilla. Ese respeto se lo ganaba como profesional que siempre fue de la comunicación. Él respetaba a los medios y nosotros su trabajo.

Pero en donde más crecía su persona, era en el terreno de la amistad. Ahí era simplemente fuera de serie. Quienes tuvieron la fortuna de ser uno de sus amigos, saben exactamente a lo que me refiero. No hay frases ni palabras que puedan describir la dimensión del concepto que para él tenía esa palabra cuando te decía amigo.

Sin duda, Ismael fue para mí un hermano mayor, al que acudes para pedir un consejo, sabedor de que también habría regaños.

Hace cinco años, recibí una llamada de Ismael diciéndome, Nuñelzon —así siempre me llamó— me urge hablar contigo.

Lo alcancé a una calle del Iberia, subió a mi coche y me soltó esta frase: “tengo cáncer. La situación es muy difícil. Esta semana me operan y no sé si la voy a brincar, sólo se lo voy a decir a Javier (López Díaz) a Valerio y a ti, porque son mis hermanos, pero no sé si los voy a volver a ver. Gracias por todo amigo”.

Así, sin que le temblara la voz, me dio un abrazo y bajó de mi carro.

Una semana después, lo volví a ver en el hospital con un ánimo extraordinario, ese ánimo que lo llevó a vivir cinco años con muchas complicaciones, de las que nunca escuché una queja. Disfrutaba la vida como muchos de nosotros con salud, no lo hacemos.

Hace un mes, volvió la maldita llamada: “Nuñelzon, me detectaron un nuevo tumor, me vuelven a operar pero no sabemos qué vaya a pasar”.

Al día siguiente de su operación llegué a Médica Sur y me dijo con esa misma sonrisa de siempre: “amigo, no se pudo, ya Dios me dio cinco años de más y ya le dije al doctor que sólo quiero calidad de vida y que me deje ir a Holbox”.

Dicen que uno de los grandes secretos del toreo es saber templar las embestidas de los toros, y en eso, Ismael logró templar las fieras embestidas del toro de la vida con un valor estoico, digno de un figurón del toreo.

En ese cuarto de hospital, mostrando esa entereza y temple, Ismael me regaló una más, de sus innumerables enseñanzas.

Resulta imposible encontrar palabras para describir el sentimiento de vacío, por lo que preferí hoy contarles un poco de mi amigo y así poder decirle: hasta siempre hermano.