No es casualidad que el primer capítulo de “El espejo enterrado”, el ensayo que Carlos Fuentes escribió con motivo de los quinientos años del descubrimiento de América, se llame “la virgen y el toro”. Para él, España nos dio, como regalo de bautizo, las herencias del mundo mediterráneo: la lengua española, la religión católica… a lo que podemos agregar la tauromaquia.
Dice Carlos Fuentes: “La España que llegó al Nuevo Mundo en los barcos de los descubridores y conquistadores nos dio, por lo menos, la mitad de nuestro ser. No es sorprendente, así que nuestro debate con España haya sido, y continúe siendo, tan intenso. Pues se trata de un debate con nosotros mismos” (“El espejo enterrado”, p.15).
El catolicismo se convirtió en el centro de la sociedad colonial. Los mexicanos profesaron una religión que era una mezcla de las nuevas y antiguas creencias.
Octavio Paz explica que en “la fe católica los indios, en situación de orfandad, rotos los lazos con sus antiguas culturas, muertos sus dioses tanto como sus ciudades, encuentra un lugar en el mundo” (“El peregrino en su patria”. México en la obra de Octavio Paz I, p.108). El naciente pueblo mexicano empezó a adorar “al Cristo sangrante y humillado, golpeado por los soldados, condenado por los jueces, porque ve en él la imagen transformada de su propio destino” (Ibídem, p.74).
La estructura social y la religiosidad de la época colonial permitió el florecimiento de la poesía, el arte barroco, la arquitectura novohispana y la creatividad de los valientes que se pusieron frente a los toros.
Era una sociedad que armonizaba los frutos fantásticos y los delirios profanos; que permitió que hombres de distintas las razas encontraran su sitio, justificación y propósito.
Los mexicanos no querían ser indios, pero tampoco españoles. Estaban en búsqueda de su propia identidad. Encontraron en la tauromaquia una forma de expresarse.
Las corridas de toros dejaron de ser un espectáculo importado por los colonizadores y se convirtieron en una actividad que permitía a los mexicanos afirmarse.
Tanto Nicolás Rangel (“Historia del Toreo en México-Época Colonial de 1529 a 1821”, 1924) como Benjamín Flores ("La ciudad y la fiesta. Tres siglos y medio de tauromaquia en México”, 1986) coinciden que desde el principio de la colonia hubo tanto aficionados como toreros de a pie.
En el siglo XVIII la afición a los espectáculos taurinos estaba completamente arraigada en todos los estratos y castas de la sociedad colonial: españoles, criollos, mestizos e indígenas.
En el museo del Virreinato de Tepotzotlán se lee una explicación de la vida cotidiana en la Nueva España: “Paralelamente a las celebraciones teñidas de religiosidad, se realizaban las festividades populares en las que predominaba un ambiente mundano. No hubo conmemoración civil o religiosa sin corrida de toros, pelea de gallos o representaciones de comedia”.
A partir de la época colonial se identifica como nota común, tanto en la cultura mexicana como en la española, la perspectiva que la muerte representa una nueva vida. Octavio Paz explica que para mexicanos y españoles “la vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza en muerte. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida […] En ambos sistemas, vida y muerte carecen de autonomía; son las dos caras de una mima realidad” (Ibídem, p.106).
El 12 de diciembre los mexicanos celebramos a la Santísima Virgen de Guadalupe. En el año 2020 que la pandemia no permite venerarla con una corrida de toros, vale la pena recordar que, desde la época de la colonia, su presencia está íntimamente vinculada con la identidad nacional y, por lo tanto, con las corridas de toros.
Y ahora que algunos políticos intentan manipular a la población renegando el pasado mexicano y hasta solicitando que los reyes de España pidan perdón, es importante recordar nuestras raíces más profundas.
Carlos Fuentes dice al inicio del documental que también lleva el nombre de “El espejo enterrado”, que los sistemas políticos se han derrumbado (y se seguirán derrumbando), pero a pesar de las crisis sociales, políticas y económicas nuestra cultura se ha mantenido en pie.
Esa herencia cultural que nos enseña que somos descendientes de indios, europeos y negros, que hemos sabido cultivar y enriquecer, que incluye el fervor religioso y la afición por la fiesta de los toros.