El sistema educativo nacional mexicano tiene cerca de 32 millones de niños y jóvenes en sus aulas, todos con grandes anhelos, ilusiones e incertidumbres. Muy pocos aún no tienen una meta clara de lo que quieren lograr, pero con una gran expectativa de los padres para verlos ser alguien en la vida.

Muchos de los problemas que vivimos en nuestra infancia siguen vigentes, algunos inalterados, otros agravados y también han surgido nuevos. Somos de los afortunados que fuimos a la escuela buscando ser alguien y poder ayudar al desarrollo de nuestras comunidades.

Solo tenemos una oportunidad de prepararnos para un futuro que nadie puede predecir, asegura Stephen Covey, en su libro El Líder Interior. No hay mejor regalo para un país, que la educación de nuestros jóvenes, sentenció Marco Tulio Cicerón hace varios siglos.

Y no obstante tanto esfuerzo y recurso destinado a la educación por parte del estado mexicano, todavía nos encontramos con que la pobreza y el deterioro ambiental, son nuestros más graves problemas sociales. La pobreza en la que se encuentran 64 de cada 100 mexicanos es muy lamentable, sin cambios en los últimos 25 años.

La desaparición de la vegetación que rodeaba a las comunidades, el agotamiento y la contaminación de los mantos acuíferos, los ríos como receptores de aguas residuales de los pueblos, la pérdida del suelo y la fauna silvestre y, más grave aún, la ausencia de valores humanos que ha provocado un aumento de la delincuencia y el quebranto de la convivencia social armónica, integran una gran amenazan para el futuro de las nuevas generaciones.

El sobrepeso, la obesidad y sus consecuencias como la diabetes, hipertensión e infartos, tienen mucho que ver con la falta de una adecuada educación alimentaria y nutricional.

Y no es la escuela la única responsable de resolver los problemas socioeconómicos y ambientales descritos, lo es también la carencia de políticas públicas y la falta de gobernantes con conocimiento y voluntad para atender las necesidades más sentidas de la población.

Pero la escuela tiene la responsabilidad de formar a los ciudadanos que serán los líderes de la comunidad, aquellos que dirigirán el desarrollo de sus pueblos.

Por eso, formar líderes es la primera tarea aún pendiente de la escuela. Se forman profesionistas, con una gran carga informativa y muy poco formativa. Con exceso de teoría y muy poca práctica, que desconocen los problemas de sus propios territorios.

Conocí a algunos profesores a lo largo de mi formación escolar que tenían la intención de hacernos pensar. Fueron muy pocos porque la mayoría aplicaban la memorización como forma de evaluar si habías aprendido. Seguramente desconocían que solo se aprende lo que se hace.

Tener información no es suficiente para pensar y, cuando esta es demasiada sin decir para qué, genera confusiones y dudas en su aplicación ante las diversas circunstancias. Asimismo, una educación informativa es un mayor inconveniente cuando no va acompañada de práctica.

La educación para pensar requiere del adecuado conocimiento de los problemas y necesidades de las familias y las comunidades. Debe ser una educación para la vida y el trabajo que tenga como soporte la inclusión en los contenidos curriculares de las actividades diarias a las que se dedican los educandos y sus padres para encontrar mejoras permanentes.

Requiere de conocer el tratamiento histórico de los problemas y necesidades de las familias y comunidades. Saber cómo le hicieron nuestros antepasados y qué de ese conocimiento se puede aprovechar

Enseñar a pensar requiere de abordar los problemas existentes y pedir a los educandos que encuentren soluciones y tomen decisiones en un ejercicio donde puedan construir una visión de la realidad con la ayuda de los maestros y sus padres, ¿qué harían si mañana ya no estamos con ellos?, aunque aquí la ventaja es que hoy se pueden equivocar sin consecuencias.

Y si estamos de acuerdo en que la escuela es el espejo de la comunidad, más nos valdría acelerar todo lo que tenga que ver con impartir una educación más cercana a la atención de estas realidades y necesidades de la población.

Pensar la educación que hoy se imparte pasa por revisar el estado de la problemática comunitaria, regional y nacional, así como su relación con los contenidos educativos vigentes, las políticas existentes, más allá de dar becas o rehabilitar escuelas.

Pensar la educación necesita del convencimiento de sus actores de que solo la educación transforma a las personas y las personas transforman al mundo.

Por ello, si se quiere transformar la realidad, hay que hacerlo transformado desde hoy a las nuevas generaciones para tener la esperanza de un mejor futuro.

Si esto no ocurre, solo se están postergando las soluciones a nuestros problemas nacionales y comprometiendo el futuro de nuestros hijos.