Los toreros son descendientes directos de los héroes griegos. Un héroe es un personaje que encarna la quintaesencia de los rasgos claves valorados en su cultura.

El héroe posee habilidades y la personalidad que le permiten llevar a cabo hazañas extraordinarias para salvar a las personas en peligro.

Fernando Savater utilizó la figura del héroe para hablar de ética. Quería comprender al ser humano y el héroe mitológico le ayudó a explicar que las personas somos seres activos que queremos vivir y hacer.

Para Savater la ética contemporánea no debe basarse en una concepción moral que conteste la pregunta kantiana “¿qué debo hacer?”, sino en una ética que aliente, que nos ayude a responder “¿qué quiero hacer?”.

Savater reivindicó la figura del héroe épico, el que usa su voluntad para elegir: que sabe, quiere y puede.

La figura ejemplar del héroe no censura, sino que desarrolla virtudes para enfrentarse a retos. Él es la tentación de la excelencia que con su conducta modélica seduce a la práctica de la virtud a cuantos le rodean.

El héroe se sabe frágil y por eso se vincula con lo sagrado. Se libera de un espíritu de servilismo y lucha contra la instrumentalización del ser humano y su reducción a lo utilitario o intercambiable. 

Esto coincide con la vocación de los toreros. Desde el origen de la tauromaquia la actividad se convirtió en una oportunidad de ascenso, en un acto de rebeldía que permitía romper con un destino marcado por el origen.

Para Gonzalo Santonja “los matatoros encarnan la figura de progreso, adalides de la libertad frente a las dictaduras de la rutina”.

De los héroes mitológicos, los toreros heredaron rasgos que han sido valorados en casi todas las culturas: valentía, sacrificio, lealtad, astucia humana que vence a las fuerzas de la naturaleza y lucha por alcanzar belleza y  grandeza. Características que se han ido perdiendo en la sociedad relativista actual.

Juan José Padilla encarna el espíritu y la imagen del héroe. Como matador de toros fue  testimonio de lo que representa el espíritu de sacrificio y el esfuerzo para superar todo tipo es obstáculos.

Padilla está en México para compartir su experiencia con 60 novilleros que aspiran a “vivir como toreros”. Le pregunté al maestro Padilla qué es vivir como torero. Me dijo que era una sensación única: la ilusión por alcanzar el triunfo y por transmitirle al público esas emociones. Una utopía que no termina nunca.

Los matadores Tomás Cerqueira, Manuel Dias Gomes, Oliver Godoy y Juan de Castilla, que acompañarán al maestro Padilla en el Centro de Alto Rendimiento Taurino (CART), complementaron la respuesta y explicaron que un torero aspira a ser un modelo estético y ético.

Me dijeron que vivir como torero es honrar la historia de la tauromaquia. Tener el pensamiento continuo en el toreo, lo que implica maestría, garbo y valor dentro y fuera de la plaza.

La vida es, en sí misma, una aventura, pero en los toros hay una consciencia evidente al aventurarse. Tanto aficionados como toreros están a la espera de lo que ha de venir. Porque los toros se viven con pasión, que a veces desborda, que lleva a la plenitud.

José Bergamín decía que hay una importante diferencia entre el toreo y la antigua tragedia griega.

Si bien en los dos hay una relación entre un hombre y la fatalidad, en la tragedia griega el hombre es vencido por la fuerza del destino, mientras que en el toreo sucede lo contrario: el hombre burla la muerte y vence al destino.  

Para Ignacio Sánchez Mejías, el toro representaba la muerte, así que matar al toro es equivalente a derrotar a la muerte misma. 

Los seres humanos somos los únicos animales que vivimos conscientes de nuestra propia muerte. Para Savater, “la realidad de la muerte tiene una doble manifestación: como riesgo permanente y como destino final”

Si en algún lugar se cumple esta premisa es en una corrida de toros. El animal cumple su destino y muere en la plaza, mientras que el hombre, con astucia y arte, retrasa a la muerte.

Todo hombre que se pone delante de un toro aspira a ser Torero (con mayúscula). El público reconoce ese anhelo y, cuando su actuación es superior le grita: ¡Torero! ¡Torero! No hay mayor gloria para quien se viste de luces que ser llamado Torero. En palabras de Francis Wolff: “Lo mejor que puede ser un torero es simplemente serlo”.

La ética del torero, entonces, es una ética del ser. Para tener derecho a ser llamado “¡Torero! ¡Torero!”, es necesario superar el “hacer bien las cosas”, se requiere “ser” de verdad.

Los matadores aspiran alcanzar el ethos del toreo, es decir, el conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman la identidad de quienes se visten de luces.

Juan José Padilla y el equipo que conforma el CART intentarán, durante sesenta días, explicarle a los chavales que un torero, como héroe que es, va desarrollando una serie de virtudes necesarias para resolver los retos que le representa el toro y la vida misma. El héroe aspira a la excelencia  y  con  su  conducta  ejemplar cautiva, seduce e inspira.

Por eso cuando en alguna tarde un matador ha logrado expresar su sentimiento y lo ha realizado con verdad, los demás —pobres mortales impotentes— sólo podemos gritarle nuestra admiración con una sola palabra: ¡Torero! ¡Torero!