Cada elección los candidatos, organismos empresariales, instituciones educativas, agrupaciones civiles, congresos y hasta institutos electorales; se esmeran en empatar agendas y lograr la anhelada “foto de la firma”.

Lo mismo se firman pactos de no agresión, decálogos para reducir la inseguridad, ofertas de participación ciudadana, que compromisos con las mascotas.

La anquilosada práctica priista, que luego reeditó Rafael Moreno Valle con su eslogan “Cumplo o me voy”, lo mismo se hace a puerta cerrada que frente a los medios o en casos extremos, ante un notario público.

Por desgracia esas firmas parecieran de chocolate porque en realidad poco o nada de los acuerdos signados se respeta, vamos, ni siquiera aquellos que cada legislatura ha signado para comprometerse a que las elecciones no contagiaran la discusión parlamentaria ni paralizaran las actividades legislativas.

De los pactos de no agresión, mejor ni hablamos. Las acusaciones, los golpes bajos y el fuego amigo son parte del condimento de cada proceso electoral.

Aunque en un inicio las intenciones son buenas, en Puebla y en el país, nos han faltado mecanismos ciudadanos que obliguen –legal y socialmente- a que los firmantes se comprometan realmente y que, como rezan en su protesta, en caso de que incumplan: la nación se los demande.

Esta no es una tarea exclusiva de “los organizadores”, la responsabilidad y hasta el derecho de recordarles y exigirles a los futuros representantes que cumplan con los compromisos que ellos mismos firmaron recae en todos nosotros.

Como sociedad, además de exigir mejores candidatos, también debemos responsabilizarnos para vigilar con lupa los pasos de cada candidata o candidato y máxime su actuar en los Ayuntamientos, Congresos locales o la Cámara de Diputados. 

¿Podremos transitar a una ciudadanía adulta o preferimos estar bajo la tutela?

Y en conclusión, diría el vulgar refranero: prometer y prometer hasta meter, y una vez metido, olvidar lo prometido.

Aborto ¿Cortina de humo?

El sábado 24 de abril se cumplirán 14 años de que la Ciudad de México, en ese entonces Distrito Federal, despenalizó el aborto y transitó hasta generar políticas públicas que permiten a las mujeres –que así lo deciden- interrumpir su embarazo sin morir desangradas en clínicas clandestinas.

Para quienes se oponen fervientemente a que este derecho se incluya en la constitución local, les comento que en la capital del país, desde 2007 el número de mujeres que fallecieron por un legrado prácticamente se desvaneció.

También les informó que pese a las críticas sociales que aún permean, las poblanas han sido por años, el tercer grupo de mujeres que más acuden a la Ciudad de México para realizarse este procedimiento.

Podemos o no estar de acuerdo con el aborto, pero los números son claros, con ley o sin ella, quienes deciden que esta es la mejor alternativa, continuarán realizando la interrupción del embarazo aunque para ello tengan que viajar dos horas, a otra ciudad, para hacer que sus derechos se respeten.