La otra noche, me puse a ver una película que me gusta mucho. A la vida hay que engalanarla con el arte y no me voy a la cama sin haber despachado algo que haga cada día aún más bello e intenso. Libro, película, música, lo que sea, que despliegue el abanico de posibilidades que ponen a vibrar las cuerdas de las emociones.

La he visto muchas veces y cada ocasión descubro nuevos detalles, “Mi obra maestra” es una película argentina, dirigida por Gastón Duprat y actuada por Guillermo Francella en el papel de Arturo Silva, un tipo sofisticado, culto y propietario de una galería; Luis Brandoni encarna a Renzo Nervi, un pintor, viejo, pasado de moda y rebelde ante el sistema. Los dos son amigos de muchos años y conciben una audacia para que las pinturas de Nervi se coticen a precios altos otra vez. Si les fue bien o mal con esa iniciativa, no lo revelaré por si ustedes quieren verla. Les aseguro que se van a divertir.   

La emoción que se siente frente a una obra de arte provoca o acentúa en uno la intención de buscar el bien, la verdad y la belleza. El arte despierta el asombro, la curiosidad, el deseo de conocer por el camino de la expresividad y de lo estético. Sumen ustedes que la creación artística se haga al filo de la muerte y obtendrán el toreo.

Me puse a darle vueltas a estas cosas, porque Sebastián Castella, que es un artista de los pies a la cabeza, en la actualidad, se ha convertido en ejecutante de los pinceles; de hecho, leer el reportaje de su colección, me hizo recordar la película y verla. En el presente, ya retirado de la tauromaquia, expone su obra en la galería David Rosen, en Miami. La enorme sensibilidad de este artista nos ha obsequiado mucha belleza en diferentes disciplinas. Maestro del toreo, durante su carrera nos conmovió con faenas magníficas; más hondas las que bordó en España y Francia, que las de México, ya se sabe, aquí con las mentecateces del toreo bonito y de gran dimensión al pase echando la patita de salida para atrás, le hemos quitado la verdad y con ello, la trascendencia a la lidia, pero eso sí, los pases se ven “bonitos”, no se queden sin captar la acidez, ya lo ven, no paso sin tirar un derrote al final del muletazo. 

El torero de Beziers también mostró enorme sensibilidad en los diseños de sus vestidos de torear. De los dibujos de otro torero-pintor, Robert Ryan, tomó las ideas para las figuras de los bordados de sus ternos.

Ahora, en su faceta como pintor expone una colección de pinturas realizadas no en lienzos engrapados al bastidor, sino en capotes de brega utilizados por el diestro cuando se la jugaba en los ruedos. La obra tan original expresa las vivencias de esta figura del toreo en sus veinte años de carrera. Toros, corazones, estrellas de David, leyendas con los nombres de cornúpetos que él mató, son la temática que con mucho colorido y gran ritmo conforman las obras de la exposición.

Entregado a su arte, Sebastián Castella continua demostrando que es un hombre leal a sí mismo, fiel a su fuego interior, entregado a las pulsaciones que mueven su inspiración y al que nadie tiene que contarle de qué está hecho el éxito.

Cuando dijo, ya basta de exponer el pellejo, se fue del toreo sin aspavientos y bombo, mucho menos, esperó a que terminara el confinamiento y que se abrieran las plazas para pasar la charola recogiendo los dineros de los públicos taurinos, que somos generosos y muy sensibles a algunas cosas, más, si se trata de la despedida de un torero.