"¡Te vas a morir! ¡Se van a morir!" Nos decía el padre Rogelio de la Garza en un retiro espiritual. La muerte es lo más natural que existe. Todos nos vamos a morir.
A pesar de ello –o quizá por eso mismo– provoca miedo. Desde tiempos inmemorables los seres humanos han creado rituales para aproximarse a la muerte. Entre estas ceremonias litúrgicas están los sacrificios, como las corridas de toros.
La sociedad actual, cada vez más influenciada por culturas anglosajonas vía Hollywood o Netflix, y debilitada por la banalidad de la masificación de los espectáculos, oculta la muerte.
En esta línea de pensamiento, hace unos días me preguntaban: ¿Por qué se sacrifican a los toros? ¿No podrían tener una fiesta incruenta o donde no se vea la muerte como sucede en Portugal?
Aprovechando que a principios de noviembre México se llena de calaveras, vale la pena explicar el significado de un sacrificio ritual.
En la mitología griega, la disputa por la humanidad entre el dios Zeus y el titán Prometeo inició con el sacrificio de un toro. Muchas culturas y religiones han hecho ritos similares.
Por ejemplo, el culto a Mitra del Imperio romano incluía el sacrificio de un toro y en el rito católico se sacrifica al Cordero Pascual. ¿Cuál es la intención y en la simbología?
Sacrificio es tomar la vida del animal o, lo que es lo mismo, derramar su sangre. El líquido representa la vida. El rito significa que se ofrece la vida del animal para redimir al que la sacrifica. De esta manera, por medio del derramamiento de sangre el ser humano se salva.
Por lo tanto, lo primordial del sacrificio no es el consumo del animal (aunque se consuma), sino el acto de deshacerse de algo que se considera valioso a favor de alguien más: una divinidad, el espíritu o la naturaleza.
En palabras de Pitt-Rivers: «Es un acto donoso, es una acción de gracias por la que se espera provocar su devolución y recibir tanto un don particular proveniente de la Gracia divina como el perdón por una falta cometida (que también es una Gracia)» (Taurolatrías: La Santa Verónica y El Toro de la Vega. Revista de Estudios Taurinos, 14-15, 2002, pp. 296-297).
En la tauromaquia española la inmolación del toro es un rito que en su origen se llevaba a cabo para obtener fertilidad –tener hijos es una gracia–, pero, también, como una celebración del día del santo patrono o de la virgen del pueblo.
Desde la llegada a los españoles a lo que hoy es América, los juegos taurinos fascinaron a los mexicanos. No es coincidencia que en el fin de semana en que se conmemora el día de los muertos se reactive la fiesta brava en las plazas más importantes de México.
La tauromaquia es una actividad de vida y muerte. Como lo explica Octavio Paz, para los mexicanos «la vida solo se justifica y trasciende cuando se realiza en muerte. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida» ("El peregrino en su patria". México en la obra de Octavio Paz I. Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 45).
Las corridas de toros nos hacen sentir vivos. Es una manera de acercarnos a la muerte. El héroe se enfrenta al un toro, un animal indómito, fuerte, bello, al que admiramos y tememos.
El toro lucha hasta la muerte y con ello le da sentido a la existencia de su especie, en otras palabras, entrega su vida y con permite que se mantengan los toros de lidia.
El torero lo sacrifica en un acto ritual y al ofrecerlo a la virgen o al santo patrono de donde se realiza la ceremonia, le da sentido trascendente al espectáculo.