El director de cine norteamericano David Lynch explicaba que el arte no cambia nada, el arte nos cambia a cada uno de nosotros. Por su parte, el filósofo francés Gilles Deleuze aseguraba: “El arte es lo que resiste: resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la vergüenza.”
Fui a Berlín a conocer en vivo a la Berliner Philharmonie, considerada como una de las mejores orquestas sinfónicas del mundo, a la que mi esposa sigue con un ímpeto similar al que los sevillanos tenían por Curro Romero y que hoy le profesan a Morante. La sorpresa fue que en medio del orden, la frialdad y rudeza de los alemanes, me topé con un torero.
Recorría el Museo Berggruen cuando descubrí un enorme oleo del periodo tardío de Pablo Picasso: Matador und Akt (el matador y la mujer desnuda) pintado en 1970. Es una pintura erótica que despierta el deseo y que muestra al arte como camino hacia el placer.
Llama la atención que Picasso creó el cuadro cuando era ya octogenario y estaba distante de las corrientes artísticas de la época. El genio demostraba que, con casi noventa años, seguía con un vigor perene que era fuente de su inagotable imaginación. Al final de su vida, Picasso robusteció su relación de amor y añoranza con la fiesta brava.
Pablo Picasso se aficionó a los toros de pequeño asistiendo a la Malagueta a ver a toreros como Mazzantini, Frascuelo y Lagartijo. Uno de los primeros cuadros que se le conoce es “El picador amarillo” que pintó a los nueve años. Desde entonces, la iconografía taurina acompañó a su obra en todas las etapas de su vida, lo mismo en su época cubista, que como realistas. Se observan representaciones taurinas en su faceta de pintor, pero también como ceramista, escultor o grabador. Por cierto, los mexicanos no tenemos que ir al extranjero para sorprendernos con Picasso, en el Centro Cultural Tres Marías de Morelia se encuentra una vasta e interesante colección taurina del virtuoso malagueño.
El toro picassiano representa la virilidad y su tauromaquia ilustra la lucha dramática entre la vida y la muerte. El toro y, en ocasiones, el minotauro era una especie de alter ego del artista. En la obra de Picasso está presente la violencia y el erotismo, y utiliza alegorías taurinas para plasmar sus fantasías, miedos y anhelos. En algunas pinturas, como la que vi en el Museo Berggruen y que ilustra este artículo, Picasso utiliza al torero como metáfora de sexo y amor que vence a la muerte.
La obra de Picasso me remonta a los sentimientos que percibo en los tendidos de una plaza de toros. Permite que me dé cuenta de la atemporalidad del arte y de la importancia de la creatividad de un artista.
Ver al matador de Picasso en Berlín me hizo darme cuenta de la contribución del artista a la universalidad del toreo. Incluso en los lugares más recónditos y alejados de una plaza de toros, un ser humano sensible puede emocionarse con una imagen taurina. La obra de Picasso despierta la imaginación, sus pinceladas me recuerdan los vuelos de un capote. Su obra plagada de brío y fervor provoca sensaciones similares a cuando un torero somete por bajo y templa un astado.
Con el paso del tiempo, el entusiasmo taurino de Picasso se fue incrementando. Era como si, en el ocaso de su vida, la representación gráfica del erotismo y de la muerte le permitiera sobrevivir a la escena, tal como lo hace el torero en el ruedo.
Picasso encontró inspiración en la tauromaquia y eso le permitió desplegar su instinto creador y desarrollar su capacidad intelectual. El toro picassiano sublima la pintura. Pero también expande el toreo permitiéndonos descubrir matadores hasta en el gélido Berlín. Tanto la obra de Picasso como el arte taurino, como lo advierte Deleuze, supera a la muerte, a la servidumbre y a la infamia.