Llegué al cine sin saber bien a qué iba. Paloma, mi esposa, me había dicho que tenía que salir temprano de la oficina y acompañarla antes que dejaran de exhibir una película que, al estar clasificada como "cine de arte", era probable que durará poco en cartelera.

Lunes por la tarde en el Cineforo de la Universidad de Guadalajara. La audiencia era muy distinta a la que suelo frecuentar. Chavos con piercings en distintas partes del cuerpo, tatuajes, rastras y barbas. Imaginé que la mayoría eran estudiantes de carreras como comunicación o artes visuales.

"Te recomiendo que al término, le preguntes a esos chavos qué les pareció la película", me dijo Paloma señalando una pareja de jóvenes que distaba mucho de los aficionados que asisten con regularidad a la plaza de toros "Nuevo Progreso". 

Se trata de la historia de Bryan. Un niño de unos doce años que, aprovechando las vacaciones de verano, trabaja en el campo con sus tíos.

Se le ve montando a caballo, herrando y ayudando a colocar las fundas a los toros bravos. La directora nos permite adentrarnos en el pensamiento y en los sueños de morrito que aspira a ser vaquero, como su abuelo. 

El documental no sólo marcó el debut como directora de Isabel Vaca, sino que ha sido laureado por su calidad y originalidad. En el Festival de Cine de Morelia se llevó el premio del público al mejor largometraje documental mexicano.

La película retrata la vida del México rural desde una postura inocente. Bryan es simpático y conecta con la audiencia. Dialoga con sus amigos. En esas conversaciones nos muestra su visión del mundo, sus inquietudes, lo que disfruta y lo que le desagrada.

Su vida gira alrededor del campo. Habla de toros. Explica cómo embisten y cuenta anécdotas, como cuando se resbaló y salvó la vida gracias al quite de un tío. Además de trabajar, juega. Los juegos son un reflejo de su entorno.

Lo mismo corre en el campo, persigue anímales, escenifica historias dramáticas de migrantes, que se divierte toreando de salón. 

Vive con los abuelos y cuida a un becerrito que fue desconocido por la madre cuando le pusieron el arete. Lo alimenta con biberón. El becerro tiene comportamientos de bravo, acomete y juguetea con brusquedad.

Bryan ve a su mamá los fines de semana, cuando regresa de la ciudad donde trabaja limpiando una casa. A pesar de estar ausente, la señora está al pendiente del niño; se comunican todos los días por celular y, cuando están juntos, tienen conversaciones íntimas y revisa sus cuadernos que, por cierto, están llenos de dibujos de toros y caballos.

La directora utiliza técnicas de etnografía, es decir, se adentra en la vida de la familia para observar y describir la cultura alrededor de una ganadería en Jalisco.

Desarrolla la narrativa en forma inductiva y permite al cinéfilo contrastar lo que dicen los personajes, con lo que hacen y con sus prácticas culturales.

La vida de Bryan en el campo es onírica. El panorama alternativo suena desolador: migración, delincuencia y una educación poco práctica, alejada de las necesidades del contexto y con una infraestructura exigüísima.

Por eso Bryan sueña con la ganadería de La Punta, no quiere regresar a la secundaria, ni ser como su padre que los abandonó, es borracho y ha estado en la cárcel.

Con sutileza, la directora muestra la belleza del campo bravo y permite al observador hacer comparaciones de la vida en una ganadería, con los problemas sociales del México rural.

Siguiendo la sugerencia de Paloma, hice un sondeó al termino de la película. "¡Me encantó! La fotografía es magnífica", me comentó la primera chava a la que le pregunté.

Su compañero, que tenía una barba que le llegaba casi al ombligo además de diversos tatuajes, dijo: "Muy buena película. Me hubiera gustado ver más sobre la crianza de los toros y su proceso de domesticación (sic)".

"Es muy interesante como se va transmitiendo el amor a las tradiciones y al campo", declaró otro de los espectadores con los que me acerqué.

"¡Auténtica!", fue la expresión que usó otra de las chavas a las que le pedí su opinión. Después agregó: "Salí conmovida por lo real de la historia y por la autenticidad del niño". Su amiga complementó: "Hacen falta más películas así. Es la historia de un charrito mexicano".

"Temporada de campo", de Isabel Vaca, confirma una hipótesis que planteé en este espacio hace algunas semanas (La mente de los justos, Al Toro México 2 de abril de 2022). 

No es a través de los argumentos como podremos convencer a alguien que ve el mundo en forma distinta a nosotros. Es sólo por medio de las emociones como podremos lograr que el otro baje la guardia y abra su mente.

La mejor forma de mostrar la tauromaquia a un público ajeno y con prejuicios es llevarlos al campo. Mostrarles los animales, la vida rural, la flora y fauna que se protege en una ganadería de bravo.

Como lo hace Isabel Vaca, tendríamos que usar muy pocas palabras, mas bien dejar que sea los urbanitas quienes descubran la naturaleza y que sean sus impresiones y palpitaciones las que los lleven a preguntar.

Lejos de ser una película taurina, "Temporada de campo" es un documental que muestra detalles cotidianos de una familia rural de Jalisco.

Un film que, a través de la mirada de un niño, nos ofrece metáforas que ayudan a develar un México auténtico, pero poco conocido.