Desde el año 2019, a iniciativa del presidente López Obrador fue impulsada la Guardia Nacional (DOF, 27/05/2019), como una institución policial de carácter civil cuyo objetivo era “salvaguardar la vida, las libertades, la integridad y el patrimonio de las personas, así como contribuir a la generación y preservación del orden público y la paz social” (Art 21 CPEUM) incluso en el artículo Quinto Transitorio se consideró que “entre tanto desarrollaba su estructura, capacidades e implantación territorial, el presidente podría durante los CINCO AÑOS posteriores disponer de la fuerza armada en tareas de seguridad pública”.
La Guardia Nacional si bien era un cuerpo civil contaba con bases militares (incluyó a policía federal, policía militar, policía naval), lo que trajo consigo un debate acalorado en el Congreso de la Unión para su aprobación, porque ya desde entonces ello significaba militarizar al país. Sin embargo, con el fin de detener la grave inseguridad en nuestro país, hubo consensos y los diputados y senadores aprobaron su creación por unanimidad. Desde el 2019 se le asignaron recursos públicos y en 2020, 50 mil millones de pesos, cantidad que fue incrementando en el 2021 y en 2022.
Hoy un “cambio de opinión” del presidente López Obrador -al consumar la violación a la Constitución- logra que en leyes secundarias, el Congreso de la Unión sin mayor discusión, debate o construcción de consensos, pasara a ser parte de la Secretaria de la Defensa Nacional.
En materia de seguridad pública México ha sido militarizado, pero también se han militarizado muchas dependencias de la administración pública del gobierno federal que hoy están a cargo de mandos militares.
Por ello, retomo diversas investigaciones que analizan esa relación inquebrantable entre militarismo-patriarcado, que produce dicotomías jerarquizantes y que ha dado pie al denominado “feminismo antimilitarista” por las implicaciones que tiene en las mujeres y las niñas.
Si el patriarcado se refiere a un sistema de subordinación, de dominación, de opresión que históricamente ha afectado a las mujeres generando una desigualdad estructural; la ocupación militar es un sistema de control, dominación, opresión, que al institucionalizarse, ampliará su territorio a las calles, convirtiéndolo en una extensión más de ese control, pero envuelto en un discurso oficial de “protección”, porque hay que combatir al “enemigo interno” porque es necesario para la “seguridad democrática”.
De manera que si se analiza el militarismo desde la lente del patriarcado se encontrará que ambos comparten los mismos valores “Jerarquía; violencia; obediencia; individualismo; desdén por la vida; por los seres humanos y por el medio ambiente; autoritarismo; victimización y minimización de la mujer; uniformidad, homogeneidad; exclusión; control. Ambos reprimen el disenso y defienden los intereses de la clase dominante…”
El patriarcado define la masculinidad, define los roles masculinos, sus valores, sus características y exige que los hombres los cumplan y que se comporten de acuerdo con esos mandatos en todas partes, todo el tiempo. Al mismo tiempo, el patriarcado define las feminidades y cómo las mujeres deben comportarse y actuar en todas partes todo el tiempo. El militarismo usa estos dos conjuntos de roles y características para decidir, qué es deseable y que no, qué se debe alentar, qué se debe controlar y dominar y cómo debe hacerse. (Velazco Koldobi; Guerrero Velia ; Lerner Gerda; Espitia Lucia; García Natalia)
De ahí el nivel de impactos directos o indirectos que tendrá esta aprobación en la vida de las mujeres y las niñas, de por sí víctimas ya, de todo tipo de violencias y de desapariciones.
Cuesta pensar que las cosas cambiarán o que serán muy distintas, con el “cambio de opinión”.