Mientras en Egipto se lleva a cabo la Conferencia de las Partes (COP) 27, en la que representantes de 200 países convocados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) revisan la amenaza del infierno climático que vivimos, aquí, en México, llevamos varios meses enfrentados por la forma de organizar las elecciones de los cargos de elección popular para integrar los tres órdenes de gobierno.
A estas alturas de mi vida, no estoy muy seguro si lo que ha fallado para el desarrollo de México (porque es obvio que seguimos sumidos en pobreza, deterioro ambiental e inseguridad pública) es la forma de elegir a quienes elegimos, las propuestas que aceptamos o las tres cosas en conjunto, pero algo seguimos haciendo mal.
Y, para no ahondar más en esta discusión sobre la forma de organizar las elecciones en nuestro país, reconozco como millones de mexicanos que, la creación del Instituto Nacional Electoral (INE) ha sido un gran logro democrático que no debe tener vuelta de hoja. El INE es un árbitro imparcial, que no puede depender de ningún equipo.
Al igual que Salvador García Soto, en El Universal, quiero un INE y un Tribunal Electoral autónomos e independientes del gobierno, como lo establece la Constitución, y que cuesten menos, evitando dispendios y privilegios de su burocracia, aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías electorales como el voto remoto vía internet, las urnas electrónicas y otras formas de disminuir el costo electoral, sin sacrificar la seguridad y certeza de los procesos. Yo apoyo al INE. #ElINENoSeToca. Y cuestiono con severidad y congruencia, a quienes elegimos.
Era el año 1988, se iba a elegir al candidato a director de la Facultad de Zootecnia en la Universidad Autónoma Chapingo (UACh). Los convocantes llevaron un pizarrón y dijeron que harían dos columnas. En una anotarían a los que querían ser candidatos y en la otra a quienes podían serlo. Y propuse una tercera, quiénes debían ser. Hubo 7 enlistados en total, algunos se descartaron por estudios o por salud. Allí mismo propuse que, antes de definir un candidato, estando reunidos definiéramos un programa de trabajo, que debería hacer el elegido. Y así se hizo; y lo que se acuerda se cumple hasta donde es humanamente posible. Es algo que he pensado siempre.
Sin embargo, he visto que la pasión por conocer al sucesor domina sobre la razón de para qué lo queremos y qué queremos que haga, y al empezar a combinar el interés personal y las posibles oportunidades individuales, se pierde la objetividad.
Siempre estamos eligiendo a la mejor mujer o al mejor hombre, y estos se la creen y se transforman, en pocos días, en sujetos desconocidos. Y entonces, cuando ya vamos a elegir, nada nos importa si las candidatas y los candidatos conocen el territorio o los problemas de la gente. Terminamos eligiendo popularidad; capacidad de movilización; promesas vanas, pero rimbombantes; y, hasta capacidad de desprestigiar a los demás. Al final, el mejor se convierte casi siempre en el peor, según “Juan Pueblo”.
Por esto, hay muy pocos presidentes de la república, gobernadores, presidentes municipales, rectores de universidades, directores, comisariados ejidales, mayordomos, presidentes de sociedades y asociaciones, de los que se habla bien. “Es que no sabíamos a quién estábamos poniendo”, me han dicho varias veces. “Venimos a pedirle que nos ayude a quitarlo”.
“Pero yo no lo puse, yo no lo elegí”, he respondido. Entonces, posiblemente estemos de acuerdo en que el árbitro electoral no debe depender del gobierno y, por tanto, el INE no se toca.
Es posible que al elegir candidatos tengamos que fijarnos más en quiénes quieren ser, quiénes pueden ser y quiénes deberían ser. Y también definir con anticipación lo que debe atender el elegido, un programa de trabajo real, creíble y viable. Crear una verdadera planeación desde abajo.
Un programa nacional, estatal o municipal, de desarrollo, que considere que en México hay 199 mil pueblos, 32 mil 500 ejidos, 2 mil 400 municipios, 200 regiones, 750 microregiones, 26 regiones hidrográficas, 36 cuencas hidrológicas y más de 50 etnias. Se debería conciliar y unir a los mexicanos, integrar políticas públicas para la problemática nacional, la real, ya que no ha sido posible hasta hoy.
El presupuesto nacional necesita garantizar bienestar y generar riqueza para revertir la pobreza, con un sentido sectorial y regional para ser útil al país.
Y una señal para saber que no nos equivocaremos es que la posible elegida o elegido deberá hablar con palabras de humildad y bondad, ya que uno que pronuncia palabras de enojo, soberbias, está destruido por su propio discurso.
Un gobernante que culpa a otros está destruido por su propio pensamiento negativo. Debe hablar de sus propuestas y objetivos de servicio hacia sus semejantes, y no perder el tiempo hablando de los otros (Manual hindú del buen gobernante, Firdaus Jhabvala).
Y como el rey pingüino, de la fábula de Bárbara Hateley y Warren Schmidt, “Reducido al reino de los Pingüinos”, debe tener la capacidad de escuchar la recomendación de la paloma, “tomen al mejor de cada parvada” para armar la máquina que había llegado sin manual, y que resultó ser un submarino para explorar recursos en el mar de las oportunidades. Cada parvada por sí sola no pudo hacerlo. Se necesitaba la experiencia de los mejores.
Pero como en muchos casos, se requiere de sentido común, de revisar
antecedentes, cómo le hicieron otros, incluidos los que fallaron.
Se requiere de humildad para aceptar que otros saben más que nosotros y que, solo juntos podemos avanzar.