Durante la semana que concluyó, el tema de las observaciones realizadas por la Auditoría Superior de la Federación (ASF) fue el látigo de los gobernantes.
La molestia es la misma para las autoridades federales, estatales y municipales.
En los tres ámbitos de gobierno se tiene la equivocada impresión de que publicar las cantidades observadas es sinónimo de golpeteo político.
Lo que olvidan en su enfado quienes gobiernan y ejercen el presupuesto es que justamente son ellos quienes deben rendirnos cuentas a los ciudadanos, que los servidores públicos están obligados a explicarnos en qué y cómo se gastaron cada uno de los pesos que nosotros les entregamos, vía impuestos y derechos, para que los administren.
El tema de las auditorías no es nuevo, sin embargo, es una constante que los sujetos obligados omitan presentar una contabilidad que cuadre.
Invertir en una justa asesoría contable, asistir a cursos que expliquen cómo comprobar los gastos y exigir que las auditorías locales avancen más rápido en la revisión de cuentas públicas podrían ser tres medidas para que ese coraje trimestral pueda disiparse.
No podemos omitir que la falta de comprobación de gastos es también consecuencia de un pésimo manejo de las finanzas públicas, del uso discrecional del erario y del pago a familiares, aviadores o amigos de quienes tienen creen que pueden extender cheques en blanco… y que nosotros los paguemos.
Las auditorías son una más de las herramientas que la sociedad tiene para ir acortando el poder y los abusos de quienes, escudados en un cargo público, se sienten intocables.
La indolencia de Angélica
Cuando se aprobó la reelección de presidentes municipales y diputados se dijo que duplicar los periodos serviría para que la curva de aprendizaje fuera menor, que hubiera continuidad en los proyectos de gobierno y que la experiencia del primer periodo se reflejaría con creces en el segundo.
Aún cuesta creerlo y máxime cuando presidentes municipales como la de Huejotzingo, Angélica Alvarado, repite las mismas fallas en la organización y realización de un carnaval que entre la pólvora, las armas y el alcohol termina por cobrar vidas.
Por desgracia no es el único caso que nos hace dudar si la reelección fue buena idea, se trata sólo del más reciente.