La suerte de varas puede ofrecer un espectáculo de gran dimensión estética. Una suerte a veces incomprendida y en ocasiones mal ejecutada.
La misión del picador consiste en castigar al toro sin quebrantarle y dejarlo apto para la faena de muleta. El toro muestra su fuerza y bravura luchando ante un caballo mientras es dañado con una puya.
El domingo pasado en Guadalajara tuvimos la oportunidad de observar la suerte con toda su majestuosidad y belleza. Antonio Ferrera colocó en los medios al bravo toro de Pozohondo y el experimentado picador Mauro Prado le colocó dos emocionantes puyazos. Lo vivido en la Nuevo Progreso nos permite reflexionar sobre el arte de picar a los toros.
La suerte de varas es un arte, pero no como adorno sino como medio para preparar al toro para la faena de muleta. El buen aficionado aprecia la bravura del toro en el caballo.
Se observa la belleza de la ejecución y la medición de la bravura, sin olvidarse de que es una actividad utilitaria. El daño nunca debería ser indiscriminado y sin medida.
Para que haya estética y emoción los toreros deben darle las ventajas al toro. El buen picador destaca por el manejo del caballo con la mano izquierda. La habilidad que tiene para moverlo hacia adelante y hacia atrás, lo que se conoce como "torear a caballo".
Hay una gracia especial para echar la vara al encuentro del toro y ponerse de pie sobre los estribos provocando la arrancada del toro con la voz y la mano derecha. El picador luce al citar con el pecho y apretar el palo con la axila. Debe dejar caer el cuerpo sobre la vara evitando barrenar y sin tener que rectificar.
El acierto del picador consiste en corregir los defectos del toro. O sea, ahormarle de tal forma que en el último tercio el matador pueda torearle por más tiempo y muy despacio.
En México se usa una puya mucho más grande que en España. Nos hemos acostumbrado a que se barrene y se les tape la salida a los toros para castigarlos de más.
Con el pretexto de corregir la colocación, algunos picadores dan dos, tres, cuatro y hasta más puyazos en el mismo encuentro. Esto ha provocado que los aficionados aplaudan la brevedad y no la brava lucha entre toro y picador.
Lo del domingo en la Nuevo Progreso fue algo pocas veces visto en los ruedos de nuestro país. Una escena más propia de la tauromaquia francesa que de la mexicana.
En el primer puyazo Ferrera dejó al toro de largo. "Magistrado", número 8, con 505 kilos, se arrancó con un galope franco, vibrante y veloz. En el momento de la reunión, el picador se salió de la silla, aguantó lo más posible, pero fue derribado.
Visiblemente adolorido, Mauro Prado se puso de pie y, a pesar de que se le veía desorientado por el golpe, se subió nuevamente al caballo.
Ferrera colocó al toro aún más largo. El picador lo toreó a caballo, levantó la vara con torería y lo llamó con la voz. "Magistrado" acudió con un galope trepidante, engallado, desafiante, con la mirada fija y a gran velocidad.
Mauro Prado lo prendió en todo lo alto, pero para evitar un mayor castigo, levantó rápido la vara. La emoción era palpante. La gente se puso de pie y se escucharon gritos de ¡torero! ¡Torero!
El buen puyazo no sólo emocionó al público sino que dejó al toro ahormado para el tercer tercio. Ferrera tuvo el gesto de brindarle el toro al picador, luego lo toreó con gran temple. Naturales largos, lentos ante un toro humillado y entregado.
Después de cortar las orejas, Antonio Ferrera dio la vuelta al ruedo junto con el ganadero y el picador. Momento que sintetizaba la épica faena en la que habían lucido tres bravos y nobles protagonistas: "Magistrado" de Pozohondo, el picador Mauro Prado y el matador Antonio Ferrera.
Ojalá se repitieran en México estas emocionantes y estéticas escenas. Para ello hay que darle las ventajas al toro.