Este 8 de marzo, en Puebla las mujeres alzamos la voz. Apuntamos a nuestros agresores, en el trabajo, en las calles y hasta en nuestras propias casas. Expresamos el miedo a no volver a nuestros hogares. Y así, otra vez, de manera inaudita, nos vemos obligadas a exigir ante el Congreso, los espacios simbólicos de poder y la vía pública, los derechos que nos corresponden.
En el debate público, se dice ante las olas violeta y verde, los carteles y las pintas, que quienes se suman a las marchas del 8M no están en posición de exigir. Aluden a esas mujeres-personaje, construidas en la ficción del México machista, que se sacrifican en silencio y sumisión cada día, como las únicas en posición de pedir por sus derechos. Entonces olvidan que no hay una sola mujer que no emprenda diariamente una lucha, desde cada uno de sus contextos, y que ninguna de nosotras está obligada a realizar hazaña alguna para ser sujeto de derecho.
Mientras, ante los casos de mujeres exitosas que, en contraparte, se asegura, sí son un digno ejemplo a seguir, olvidan preguntar, ¿cuántas de ellas, admirables antes y ahora, han enfrentado más obstáculos que sus compañeros para llegar a las posiciones de poder en las finanzas, la ciencia, la política, las artes, y demás campos, que ahora ostentan?, ¿cuáles fueron sus particulares caminos?, y ¿qué complicaciones prevalecen para nuestras niñas?
Es el dilema de las ahora tan aclamadas cuotas de género, en las empresas, las legislaturas, las dependencias, y para los espacios que serán designados en camino a las próximas elecciones de 2024. Pues a pesar de la anunciada apertura, prevalecen cuestionamientos sobre si las mujeres realmente están capacitadas o si merecen esos lugares, dudas que se han pasado de largo con los hombres, porque, brillantes o incapaces, el camino siempre ha sido llano.
Y así, en la pasada campaña electoral, candidatas denunciaron que eran relegadas a los municipios más alejados o menos estratégicos para sus partidos. Habrá que preguntarse si hacia los próximos comicios seremos testigos de un verdadero equilibrio en los puestos más codiciados, aunque, de todos modos, dirán que las cuotas se están cumpliendo.
Es momento de que quede claro: las mujeres no somos solo una cuota de género. De nada sirve si las presidencias de las empresas, las legislaturas, las dependencias y demás lugares permanecerán en las manos de los hombres. Si nuestros clamores y derechos continúan en “la congeladora”.
Son inútiles los conversatorios, las iniciativas y las lonas que ayer fueron instaladas en el Centro Histórico para expresarnos, si en la efectividad del devenir de la vida pública, laboral, doméstica y en derechos, se nos cierran las puertas y terminamos siendo una cuestión de números. A estas alturas, no es una cuota ni una obligación. Este 8 de marzo, salimos a gritar que estamos y estaremos.