La película Tár (2022) del director Todd Field, nominada a seis óscares, refuerza un par de temas que, con anterioridad, hemos analizado en este espacio.
Por un lado, la importancia de la originalidad en el proceso creativo y, por lo tanto, en la esencia de un artista. Por el otro, la cultura de la cancelación que ha atacado con fuerza a la sociedad actual y que tiene a la tauromaquia como uno de sus blancos predilectos.
Aunque por momentos pareciera un documental, Tár es una ficción (de más de dos horas y media) que narra la historia de Lydia Tár, una afamada directora de orquesta que ha conquistado la cima.
No solo es la directora de la Filarmónica de Berlín, quizá la orquesta sinfónica más importante del mundo, sino que ha sido multipremiada en el mundo del espectáculo, escribe libros, es profesora invitada en Juilliard School y su personalidad ejerce una fascinante seducción a quienes conviven con ella.
La película nos introduce al mundo de la dirección de orquesta. Vemos la finura del oído de Lydia Tár que contrasta con lo explosivo de su carácter.
La banda sonora, fotografía, la actuación de Cate Blanchett y la dirección Todd Field crean un film sólido que provoca que el espectador se adentre en la pasión y fuerza de Tár que se muestra salvaje, cruda, única y despiadada.
Fue un diálogo con su benefactor y colega Elliot Kaplan, lo que me llevó a escribir sobre Tár. Como músico y director de orquesta, Kaplan no llega a los niveles de Tár y vive bajo su sombra. Le ruega que lo ayude y le pide copia de sus partituras.
Tár, celosa de sus secretos profesionales, le dice: "Theres no glory for a robot, Eliot. Do your own thing" (No hay gloria para un robot, Eliot. Crea tu propio trabajo).
El arte es una transacción espiritual. El proceso creativo nace del mundo interior del artista. Wassily Kandinsky decía que "no hay deber en el arte porque el arte es libre", mientras que Francis Bacon afirmaba que "el trabajo del artista consiste siempre en hacer que el misterio sea más profundo".
Por desgracia, en el toreo –especialmente en algunos lugares como en la Plaza de las Ventas– se ha llegado a pensar que lo importante es el seguimiento a los "cánones" y no la expresión libre del espíritu.
Por décadas, se ha mandado a los novilleros mexicanos a España, ahí han aprendido la técnica, pero han matado su creatividad. Se han convertido en robots que no emocionan a nadie.
Lydia Tár llama robots a todos los remedos de artista. Espeta a Max, uno de sus alumnos de Juilliard: "¡Y tú eres un robot! Por desgracia, quienes moldean tu alma parecen ser las redes sociales." Así les diría a aquellos toreros que copian a la figura de moda, hoy a Roca Rey, antes a José Tomás o Enrique Ponce.
Ese mismo diálogo en Juilliard introduce la “cultura de la cancelación”, uno de los temas polémicos de la película Tár.
Max dice ser pangénero BIPOC (acrónimo en inglés para referirse a negros, indígenas y personas de color), por lo que se niega a tocar o dirigir música de Bach, por ser blanco, heterosexual, católico y misógino.
Tár le responde: "Lo siento, pero no entiendo qué relación hay entre sus proezas sexuales y el Si menor. En fin. Esa es tu decisión. Al fin y al cabo un alma elige a su propia sociedad. Lo malo de una decisión como esa, entre otras cosas, es que no te deja ver."
Lydia invita al resto de sus alumnos a analizar la aversión de Max. Les lanza una pregunta retórica: "¿Es posible que nos regocije la música clásica escrita por un montón de austrohúngaros blancos, heterosexuales y mojigatos?" Y cuestiona: “¿a quién le toca decidirlo?”
Lydia lleva el dilema a un nivel personal, más íntimo: “¿Qué tal Beethoven? ¿Les gusta? Porque para mí, una lesbiana intensa, no me convence el viejo Ludwig. Pero lo enfrento y acabo encarando su magnitud e inevitabilidad.”
Max, como representante de la cultura de la cancelación, evita el debate, la autorreflexión y, ofendido, abandona el aula.
Lydia Tár es minuciosa, calculadora y precisa. Pero está llena de contradicciones. Es una apasionada de la música, pero está obsesionada por crear su propio mito.
Rechaza el discurso identitario, pero está desquiciada por construir su propia identidad. Tiene una devoción por la música de emociones profundas, pero es incapaz de sentir empatía por los demás.
Tiene una atracción por lo sofisticado, pero resbala ante una sencilla violonchelista de modales toscos. Es al mismo tiempo una apasionada y bella heroína, que una monstruosa acosadora.
Una película compleja, llena de matices que desafía al espectador. Todd Field presenta un enmarañado estudio tanto de la personalidad de un artista, como de la sociedad actual.
La directora que tenía un firme discurso contra la cancelación, termina siendo víctima de las redes sociales y cancelada. La acosadora de jóvenes artistas, acaba perseguida por el público y acosada por abogados y antiguos patrocinadores.
El final no deja de producir perplejidad. Exilada. Derrotada. Humillada. Dirige una orquesta sin glamour en un país asiático.
Música de lo que parece ser un videojuego y ante un público de cosplayers con accesorios y trajes que representan personajes del propio videojuego. Lydia Tár conduce a la orquesta con la misma dignidad y entereza que hacía con la Filarmónica de Berlín.
Mañana se celebrará la novillada de triunfadores en la plaza "Nuevo Progreso" de Guadalajara. Las reflexiones de Tár me llevan a mandarles un mensaje a los tres chavales a los que aprecio, admiro y a quienes les deseo mucha suerte: No sean robots, que para ellos no hay gloria. La originalidad es la esencia del artista.
Y, a pesar de las dificultades de la vida y de la cultura de la cancelación que los perseguirá en su carrera taurina, condúzcanse con firmeza y dignidad.