La predilección que sentimos hacia un torero depende de múltiples factores. Por supuesto que la valentía, capacidad estética y concepto de un diestro es lo que nos hace admirarlo y seguirlo.
Pero hay, también, razones afectivas y de conexión personal. Rafael Ortega fue uno de los toreros favoritos de mi casa.
En los años ochenta había dos novilleros de la región que nos hacían soñar con que tendríamos una figura del toreo.
Uno era Marco Antonio, poblano, hijo del doctor Cosme Camacho, medico de la familia, que a veces fungía como juez de plaza y miembro de la Asociación Taurina de Puebla. El otro Rafael, tlaxcalteca, hermano del valiente Alberto Ortega.
Recuerdo unas novilladas en la portátil de Coca que colocaban delante de la Ciudad Universitaria. Marco Antonio Camacho y Rafael Ortega llenaron la plaza, creo que alternando con otro novillero poblano, Ángel García "El Chaval".
Esos festejos exitosos fueron organizados por don José Ángel López Lima y se convirtieron en un antecedente inmediato para que el empresario se animara a construir y a regalar a Puebla la plaza de "El Relicario".
Si la memoria no me falla, el primer triunfo de Rafael en la Plaza México fue por aquellas fechas, iba como sobresaliente. Tuvo que matar un toro y le pegó un estoconazo que impresionó al público. Yo escuchaba la corrida por la radio con mi papá.
Lo entrevistaron y también sorprendió por su habilidad en el micrófono. Años después, fue precisamente la Plaza México la que encumbró a Rafael como figura del toreo.
Conocíamos a los hermanos Ortega no solo por sus campañas en los ruedos poblanos, sino por la cercanía que tenían con Ismael Ríos Delgadillo, uno de los mejores amigos de mi papá y con quien hacía mancuerna en el programa taurino semanal "Frente al Toro". Ismael se convirtió el responsable de prensa de los Ortega y después representante y apoderado.
Una familia donde todos los hermanos eran taurinos y conocedores. Rubén y Othón eran los que entendían las características de los toros, eran sabios de las condiciones de los animales; Alberto y Rafael, los matadores; Víctor, el picador y las hermanas confeccionaban las banderillas con las que sus hermanos cubrían el segundo tercio.
En sus inicios, me llamaba la atención el cambio de Rafael dependiendo quién de sus hermanos lo acompañara en el callejón.
Cuando el que daba las instrucciones era Rubén, Rafael se convertía en un torero bullidor, se ponía de rodillas y hacía cosas tremendistas, muy al estilo de su hermano Alberto. En cambio, cuando quien lo aconsejaba era Othón, Rafael hacía el toreo serio, con temple y arte.
Se terminó decantando por Othón como su mentor y su toreó evolucionó a un estilo clásico, serio y de buen gusto; sin abandonar la valentía y el toreo largo y variado.
Rafael tenía muy clara la lidia total y el sentido del espectáculo. Le ponía banderillas a todos los toros. Cubría el segundo tercio con arte, técnica, valor y precisión.
A diferencia de los pocos matadores mexicanos que hoy ponen banderillas y que le intentan copiar a los españoles, Rafael Ortega no llevaban el par hecho como se acostumbra en España, esto es, reunir los palos antes de ganar la cara al toro.
El torero tlaxcalteca sacaban las banderillas de abajo en el momento de la reunión. Era variado, colocaba pares al cuarteo, al sesgo, por dentro, de poder a poder y al quiebro. Banderilleaba en todos los terrenos, galleando y haciendo la suerte muy vistosa.
Impresionaba con las banderillas cortas, poniéndose de rodillas y luego haciendo el quiebro arriesgando la vida. Los puristas le criticaban que solo ponía banderillas por el pitón derecho.
Después de un segundo tercio tan espectacular, el público, emocionado, quedaba entregado y eso facilitaba sus triunfos con la muleta.
Su evolución definitiva vino con la amistad que hizo con José Miguel Arroyo "Joselito". Se asentó y se volvió un torero muy fino, elegante y mucho más clásico.
Se mimetizó con Joselito. Cambió sus capotes y los empezó a usar con vueltas azules, igual que el maestro madrileño. También iniciaba sus faenas de muleta sentado en el estribo con muletazos por alto.
No perdió su estilo, al contrario. Ganó en temple y en relajamiento. Rafael era más bajito con Joselito y siempre toreó como mexicano.
Recuerdo cuando encajaba las zapatillas en la arena y se asentaba en los riñones para dar largas tandas de muletazos con mucho temple.
Con el capote era variado. Le aplaudí innumerables quites por chicuelinas, gaoneras, navarras, caleserinas, altaneras y tafalleres. Tenía un cañón por espada.
Se perfilaba en corto y por derecho, marcando bien los tiempos de la suerte y casi nunca fallaba. Eso le hizo ser un torero muy regular. ¡Triunfó once tardes consecutivas en la Plaza México!
Defendió a los toreros mexicanos cuando Rafael Herrerías, con motivo del 60 aniversario de La México quiso confeccionar carteles con dos españoles y un mexicano.
Siendo una de las figuras de la torería nacional, se negó a participar en una temporada en la que se le diera trato desigual a sus paisanos. Aún tenemos un recorte de periódico que mi papá mandó enmarcar con las declaraciones de Rafael:
"Cuando leí en la prensa que el empresario (Rafael Herrerías) se refería a mí de una manera despectiva y diría que hasta grosera, nació el decir, por lo menos en lo que a mí respecta, ya basta de permitir que a los toreros, los ganaderos, y los que estamos alrededor de la fiesta de los toros, incluyendo la prensa, siempre nos quieran tratar con la punta del pie".
Remató aseverando: "Creo que los toreros estamos obligados a tener dignidad y así como podemos echarle valor en el ruedo, también hacerlo fuera de él. Lo único que le pido al empresario es respeto a la fiesta de los toros, a los toreros, a los ganaderos y a todas las personas que se han involucrado por las palabras que ha dicho contra ellos".
Como se puede ver, Rafael era valiente frente al toro y en otras arenas. De ahí que incursionó en la política.
Le llamé a mi mamá cuando me enteré de su muerte. No lo podía creer: "era tan joven", me dijo. Rememoró las tardes que fue a la casa a ver por antena parabólica las corridas de España. "Tanto él como su esposa eran un encanto", evoca mi mamá.
Discreto, amable, mesurado, Rafael Ortega fue un ejemplo y un orgullo para su familia y para los toreros tlaxcaltecas.
Su sobrino José Alberto es el heredero de la dinastía. A todos los Ortega les mando mi solidaridad, admiración y respeto.