A veces parece que son los libros los que eligen al lector y no el lector al libro, como suele ser la costumbre. 

Carlos Ruíz Zafón dice, en su obra "La Sombra del Viento", que "Los libros son espejos: sólo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro".

Hace unas semanas asistí a la feria de libro usado en los portales del Palacio Municipal de Guadalajara. No sé si es por el olor que emana ese papel antiguo, por la esperanza de encontrar algún tesoro o por la simple curiosidad, esas librerías de viejo me provocan un encanto especial.

Ahí aparecen libros usados, revendidos, rayados o maltratados por el tiempo. Despiertan mi imaginación y los recuerdos. Los libros no pierden su embrujo, incluso aumenta con los años. Hay que cuidarlos más para que no se desbaraten lo que provoca una lectura diferente, quizá hasta más reflexiva.

Desde que me asomé al primer puesto, me llamó la atención un libro de toros. Empecé a hojearlo, a disfrutarlo… Después del regateo, le pregunté si tenía más libros de tauromaquia.

Me enseñó otros dos que no me resultaron tan interesantes, pero entre los demás libreros se corrió la voz que ahí había individuo buscando libros taurinos.

Varios me arrastraron a sus puestos para enseñarme sus ejemplares. Como aún no cobraba el aguinaldo, tenía que ser selectivo y no comprar todo lo que se me antojaba.

Me llamó la atención un título, "Pío Granda, Dulzuras". Pensé que se trataba de un libro del crítico español de principios del siglo pasado, Manuel Serrano y García Vao, que firmaba con el seudónimo de "Dulzuras".

Pero no; se trataba de una novela publicada en Jalisco hace casi treinta años. Negocié que de 200 me lo rebajaran a 180 pesos y lo eché en la bolsa de las adquisiciones.

La lectura fue superior a la sorpresa de descubrirlo. Una narración entrañable y muy bien escrita.  Cuenta la historia de dos amigos aficionados a los toros.

Uno de ellos, Pío Granda "Dulzuras" se convierte en gran figura del toreo. Federico Garibay Anaya describe al torero onírico. Además de matador ejemplar, Dulzuras era un ser humano lleno de virtudes. 

Cuando surge la vocación de torero en el joven Pío, se acerca a pedirle consejo a un sacerdote que hacía las veces de su preceptor:

"Padre, ¿cree usted que yo deba ser torero?" El jesuita le da una explicación que hoy le resultaría útil a todos los involucrados en la Fiesta:

"Desde el punto de vista moral, en cuanto simple ejercicio de una profesión, no le veo ningún inconveniente. Sin embargo, tú sabes muy bien que la vida de un torero presenta siempre un sinnúmero de peligros que van desde hacerle perder la salud… hasta hacerle perder la vida. Aun así no me parecen éstos, los peligros del cuerpo, los más graves para un torero, sino los riesgos del alma. Por desgracia, los toreros se ven inmersos en una atmósfera saturada de gentuza, golfos y oportunistas, vagos y aduladores. ¡Aduladores!, siempre una nube de aduladores".

El sacerdote habla del dolor y de la muerte del toro y da argumentos que se podrían incorporar, incluso, en el debate actual con los antiespecistas. También guía al muchacho en su vida de piedad que lo acompaña en lo privado y en lo taurino.

Pío Granda "Dulzuras" se convierte en un torero fino y reposado, esteta circunspecto y vertical. Valiente y variado en los tres tercios. Triunfó como novillero.

Ya como matadores de toros, según explica el autor: "Los toreros de mayor prestigio se negaban a alternar con él. Entre otras cosas, porque él, a su vez, se negaba a ser cómplice de tantos fraudes, de los que las figuras y sus representantes hacen objeto a la afición".

El muchacho se conduce con una gran integridad y fiel a sus principios. "Torearé lo que venga –decía Pío Granda– en cuanto a procedencia. Y si el ganado viene grande, mejor. Mi único orgullo profesional es el de haber llegado a la alternativa con toros bien puestos. Ahora soy un matador de toros. Y si algún día llego a alcanzar fama, será matando toros; toros de verdad, cuatreños o mayores. Y con las astas íntegras".

Se consolida toreando miuras y pablos romeros en España. Regresa a México y lo exigen los públicos. En la novela aparecen algunos personajes reales, como don Ignacio García Aceves, el famoso empresario de Guadalajara, que se convierte en pilar para dar a conocer al joven torero y luego ayudarlo en su vigorización como figura.  

Conforme avanzaba en la lectura, me interesé por el autor. Tenía muy pocas referencias de Federico Garibay Anaya. Me quedaron ganas de leer más de su obra y profundizar en su vida taurina e intelectual.

Me enteré de que en la novela de referencia el autor presagia su propia muerte. No entraré en detalles porque no quiero ser spoiler… Más bien, he de afirmar que esta novela debería ser lectura obligada para todo joven que quiera ser torero.

El peruano César Vallejo también anticipó a su muerte en uno de los poemas más hermosos de la literatura latinoamericana que me permito recordar como homenaje al propio Garibay Anaya:

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París –y no me corro–

tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.

A partir de hoy, cuando alguien me pregunte ¿y quién es el mejor torero?, como lo hace el narrador de la novela, contestaré sin titubear: "¡Pío Granda, Dulzuras!".