Al ver derrumbarse una estatua de César Rincón en la plaza de toros de Duitama, en Boyacá, de donde era originaria la madre del torero, me acordé de lo que decía Irene Vallejo sobre este tipo de censura.
Vallejo se refería a los libros, pero es aplicable a tumbar un monumento: "Quemar libros es un acto de barbarie que pretende borrar no solo las palabras impresas, sino también las ideas y pensamientos que desafían el poder establecido" ("El infinito en un junco", Siruela, 2020).
Los bárbaros no son muy originales. Hace unos años se puso de moda derribar estatuas de Cristóbal Colón y de otros personajes históricos considerados contrarios a la moral del progresismo actual.
Paloma Ramírez describió la demolición de una estatua de Colón en Minnesota y parecía que estaba narrando lo sucedido en la Colombia de Petro: "Le echaron sogas al cuello para bajarlo de su pedestal. Tumbado, con la frente pegada al suelo, se le fueron encima con escupitajos y patadas como si el caído en realidad sintiera. Poco a poco la rabia y la sed de venganza menguaron. No queda claro si fue porque el castigo había sido suficiente o por los pies doloridos tras tantas patadas sobre macizo." ("Echar abajo" Mural,13.06.2020).
Paloma sugiere que, aunque la destrucción tiene su encanto porque es una forma de liberar ira, no puede borrar el pasado, sin importar los daños infligidos o la pintura arrojada sobre monumentos históricos.
El filósofo francés Gilles Deleuze decía que "el arte es lo que resiste: resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la vergüenza".
La cita viene al caso porque Deleuze lo escribió en un libro sobre el pintor Francis Bacon y la lógica de la sensación. El filósofo hace una exploración sobre cómo el arte puede revelar aspectos perturbadores de la experiencia humana.
Bacon creaba imágenes que desafiaban las convenciones visuales y exploraban dimensiones emocionales intensas. Utilizaba el cuerpo humano de manera radical, sin miedo a distorsionarlo para revelar aspectos ocultos de la condición humana.
Piensen en el paralelo con la expresión artística del maestro César Rincón. Recordemos la faena a "Bastonito" de Baltasar Iban en Madrid el 7 de junio 1994. El toro acudía con mucha codicia a los engaños y embestía con fiereza.
César le planteó cara con determinación. El público percibía el peligro. Como se esperaba, ocurrió la voltereta. El colombiano se levantó y remató la faena con técnica, emoción y valor. Tras la estocada, Rincón fue prendido de manera aparatosa y estuvo a merced del toro.
El público, emocionado, pidió la oreja y aplaudió a rabiar a César mientras daba la vuelta al ruedo maltrecho, con el vestido lleno de sangre y con visibles heridas en la mano derecha.
Al igual que Bacon, el arte de César Rincón desafiaba al espectador a enfrentarse a lo incómodo. Los dos artistas provocaban sensaciones de angustia, emoción y miedo como medios para alcanzar una verdad más profunda sobre la existencia.
Lo que está sucediendo en Colombia, es una muestra que el conocimiento y la búsqueda de la verdad siempre estarán amenazados por la censura, la violencia y la ignorancia. El arte es y seguirá siendo una forma de resistencia contra la tiranía y el silenciamiento.
Irene Vallejo nos exhorta: "Cada libro salvado de la quema o leído en secreto es un acto de desafío y de afirmación de la libertad de pensamiento."
Si no resistimos, qué sigue después? La censura no solo amenaza al arte y a la libertad de pensamiento, sino que también socava la base misma de nuestra humanidad y el entendimiento del mundo.
Al destruir expresiones artísticas y culturales, nos condenamos a una ignorancia autoimpuesta, a convertirnos en autómatas, incapaces de sentir y de cuestionar.
Paloma Ramírez lo adivina: "Comenzarán a tasarse otras formas de expresión artística. Aquellas que no cumplan con las normas actuales serán sacrificadas. Algunos museos retirarán obras maestras de sus paredes, libros saldrán de circulación o, como en tiempos del nazismo, arderán en grandes hogueras. Pero recuerde: la censura no tiene límites. Lo que hoy no parece ofensivo, mañana se convertirá en un gran insulto para un par de gritones."
Y remata: "¡Qué arda aquel libro, óleo, escultura y edificio que ofende mi sensibilidad! Pero mi piel es fina, tan fina, que tú también me hieres: ¡Arde, también tú!".