La tauromaquia es una práctica cultural con un profundo arraigo en México y en otros países como España, Francia, Colombia y Perú. Es también una actividad que provoca controversia y que es cuestionada desde una perspectiva moral a grado tal que ha sido sujeta a prohibiciones.
La lectura de la tesis "The Importance of Emotional Episodes in the Acquisition of Moral Understanding" de Lucía Ontiveros, con la que obtuvo su doctorado en filosofía en la Universidad de Nottingham, me ha llevado a reflexionar sobre una posible convivencia con quienes se oponen a la fiesta brava sin conocerla.
La doctora Ontiveros desarrolla un escenario ficticio donde Mary, una joven criada en un laboratorio, estudia teorías éticas y dilemas morales sin la capacidad de experimentar emociones.
Es evidente que de esta manera no podía adquirir un entendimiento profundo sobre el mundo, ni sobre aquellas acciones que son buenas o malas. Ontiveros critica la dependencia exclusiva de la razón en la formación moral porque carece de una experiencia emocional de primera mano necesaria para una comprensión completa.
La esencia del arte reside en su capacidad de transmitir sentimientos y provocar emociones. Cada individuo, con sus experiencias y aspiraciones, percibe una obra de arte de manera única. Esto es evidente en la tauromaquia, donde las emociones juegan un papel crucial en la experiencia de una corrida de toros.
Los prejuicios nublan nuestro entendimiento. Alguien que nunca ha experimentado las emociones vinculadas con una obra de arte, tiene una comprensión incompleta de su significado y valor cultural y artístico.
Por ejemplo, un joven que se cree antitaurino o animalista por lo que ha leído en redes sociales sobre la tauromaquia, puede tener una visión distorsionada y falta de empatía hacia quienes apreciamos esta práctica.
Rafael Gómez "El Gallo" lo entendía bien cuando dijo que "el toreo es tener un misterio que decir y decirlo". Beethoven coincide al señalar: "Lo que tengo en mi corazón y en mi alma debe encontrar una salida. Esa es la razón de la música". El arte alcanza su máxima expresión cuando el espectador percibe los sentimientos que el artista ha intentado transmitir.
Un ejemplo se dio la tarde del 27 de enero de 1991 en la Plaza México. David Silveti se enfrentaba a un toro tardo de la ganadería de La Gloria. Después de un pase ajustado, fue enganchado en forma aparatosa.
El Rey David se puso en pie y sin verse la ropa que estaba desecha regresó a la cara del toro. Le ejecutó un natural terso, largo, casi en cámara lenta. Se cruzó para ponerse aún más cerca de los pitones e instrumentar otro natural y rematar con el pase de pecho. Levantó la cara y, conmovido, comenzó a llorar. La gente en los tendidos estaba enloquecida. Muchos atónitos, sollozábamos con él.
El arte es un espejo donde vernos y un lugar donde reconocernos. La anécdota de David Silveti ilustra cómo las emociones en una corrida de toros pueden crear una conexión profunda entre el torero y los aficionados, convirtiendo la faena en una obra de arte que provoca lágrimas y pasión.
Lucía Ontiveros, mexicana que se dirigía a académicos británicos, utiliza en su tesis doctoral ejemplos taurinos para explicar que los episodios emocionales proporcionan una comprensión más significativa de los conceptos morales.
Argumenta que son las experiencias emocionales y no la teoría, las que permiten entender por qué ciertas acciones son correctas o no, también ayudan a actuar en forma moral.
Dicho de otra forma, no es a través de argumentos como podemos convencer a alguien que ve el mundo en forma distinta que nosotros. Es sólo a través de las percepciones que podemos hacer que otra persona baje la guardia y abra su mente.
Si queremos que alguien ajeno a la tauromaquia dejara de atacarnos, deberíamos llevarlo al campo, mostrarle los animales en libertad y la belleza de la flora y fauna que protege el toro de lidia. Tendríamos que usar muy pocas palabras, más bien dejar que sea nuestro interlocutor quien descubra la naturaleza y que sean sus impresiones y palpitaciones las que lo lleven a preguntar.
Para lograr una convivencia armoniosa entre aficionados a los toros y sus detractores, es crucial reconocer el poder de las emociones en la formación de nuestras percepciones morales.
La tesis de Lucía Ontiveros nos demuestra que sin experiencias emocionales, nuestra comprensión moral queda incompleta. Así como Mary en su tesis, quienes se oponen a la tauromaquia pueden enriquecer su perspectiva al experimentar de primera mano las emociones y la belleza que esta práctica cultural ofrece.
En lugar de depender únicamente de argumentos racionales –muchos de ellos distorsionados o falsos–, debemos invitar a quienes piensan diferente a vivir estas experiencias, permitiendo que las emociones abran sus mentes y corazones.
Solo a través de esta empatía y entendimiento emocional, podremos construir puentes sólidos y fomentar una convivencia pacífica basada en el respeto mutuo y una apreciación más profunda de nuestras diferencias culturales