En el mundo moderno, hablar con los animales ha dejado de ser el material exclusivo de fábulas y sueños etílicos. Lo que antaño era una fina hebra remanente de nuestro pasado chamánico, hoy se está transformando en una realidad en construcción gracias a los avances en el campo de la inteligencia artificial (IA).
La IA ha demostrado ser capaz de superar muchas de nuestras limitaciones humanas, y el lenguaje, nuestro mayor orgullo y herramienta como especie, no es la excepción. Este fenómeno nos invita a repensar nuestra relación con las otras especies que cohabitan este planeta, desafiando nuestra superioridad autoimpuesta, pues ahora no solo los animales producen lenguaje, las máquinas también.
Desde los años ochenta, la observación minuciosa de la comunicación animal, como el caso de los elefantes africanos, reveló patrones que sugerían una complejidad que nuestros sentidos no podían captar plenamente. La posibilidad de que estos majestuosos animales se llamen por sus nombres, utilizando un sistema de comunicación tan estructurado como el nuestro, solo se hizo evidente décadas más tarde, cuando la IA intervino para descifrar esos códigos acústicos ocultos. Pequeños patrones de vibraciones imperceptibles para nuestras limitantes sapiens.
La IA ha dado un salto cualitativo en los últimos años, y su capacidad para decodificar y entender patrones complejos nos permite superar nuestras limitaciones humanas. Brindando una pequeña muestra de lo que podemos lograr al emplear modelos de aprendizaje automático, como los que usamos para traducir de español a inglés, para entender los matices de las interacciones animales.
Somos, al fin y al cabo, esclavos de nuestro propio lenguaje, prisioneros de un sistema de comunicación que, aunque rico y variado, es unilateral y muchas veces insuficiente para captar la verdadera esencia de la naturaleza que nos rodea. No para la IA.
¿Qué implicaciones tiene esto para nuestra civilización? No se trata solo de una curiosidad científica.
Este hito es solo el comienzo. Nos enfrentamos a la posibilidad de desarrollar modelos de lenguaje de gran envergadura, similares a los que actualmente alimentan a cosas como ChatGPT, pero diseñados para la comunicación interespecies. Lea de nuevo para que cale lo fantástico de la oración pasada.
—IA, por favor pregúntale a Firulais qué juguete va a querer nos llevemos de la tienda—.
Imaginemos por un momento las implicaciones civilizatorias de entender a los animales en un nivel tan íntimo. Si podemos dialogar con una vaca, un cerdo o una gallina, si podemos comprender su sufrimiento y sus deseos, ¿nuestra moralidad se vería irremediablemente sacudida? ¿Habría un cambio en nuestras leyes o políticas? ¿Una transformación radical en nuestra consciencia colectiva y en la forma en que nos relacionamos con el mundo natural?
Esta posible capacidad emergente de comunicarnos con los animales, facilitada por la inteligencia artificial, es un brillante ejemplo de por qué debemos adoptar una postura tecnoptimista. Las soluciones tecnológicas, lejos de ser meros caprichos de una era digital, nos demuestran su potencial transformador.
Este avance nos enseña que, aunque los desafíos son grandes, la posibilidad de un cambio positivo es mayor aún. Nos recuerda que la tecnología —con visión y ética— puede abrir puertas a realidades que antes solo existían en los reinos de la fantasía… ¡comunicarnos con los animales! En el umbral civilizatorio de estas nuevas capacidades, debemos abrazar el tecnoptimismo, no como una fe ciega en un conjunto de técnicas, sino una confianza informada en nuestra capacidad de crear un mundo mejor, más justo y más consciente.