Las temerarias voces de radio pasillo que se pronunciaban en contra de la Reforma Judicial han ido abriéndose paso entre la sociedad. El justo reclamo que encontró eco entre los estudiantes universitarios comienza a gestar una protesta de la que aún no podemos imaginar sus dimensiones.

Si hay una fuerza que logre derrocar gobiernos, son justamente los movimientos estudiantiles. La historia del mundo, de Latinoamérica y de México, así lo demuestra.

Ignorar las protestas que ayer desquiciaron gran parte de la Ciudad de México o las que se realizan en varios estados del país, como la que esta misma mañana se tiene programada en la entrada principal de la Universidad Iberoamericana, podría tener un costo altísimo no sólo para el presidente de la República, a quien ya le resta menos de un mes en el poder, y poco le importa.

El descrédito que pesa sobre los legisladores federales, en específico sobre los diputados de Morena aumentará y aunque eso no les preocupe ahora mismo porque no hay elecciones, sí podría ser el inicio de un movimiento importante como los que se vivieron en 1968 y 1971.

Los diputados federales de la 4T ayer ignoraron a los estudiantes y decidieron cambiar la sede legislativa, para poder cenar a gusto, sin “los molestos” reclamos de jóvenes revoltosos que toman las calles para defender la necesaria e imperante División de Poderes.

A como van las cosas y con la concentración de poder que hoy tiene el partido lopezobradorista, difícilmente lograremos una alternancia en los próximos dos sexenios. Habrán de pasar, al menos, 12 años para que quienes votaron por el partido guinda, en todos los cargos, vivan en carne propia los horrores de su decisión.

Será entonces cuando el descontento social nos lleve a repetir escenas como las que hoy se viven en Venezuela, con poca efectividad, porque para esos años los organismos autónomos simplemente serán leyenda y los contrapesos al poder serán básicamente inexistentes.

El Ejecutivo, el Legislativo y los jueces que estos dos Poderes pongan en las listas, serán quienes controlen y tomen, sin contrapeso alguno, las decisiones que mejor les convengan a ellos. El pueblo, bien gracias. Silenciado, excluido y obligado a subsistir con la dictadura que decidan imponer.

Y hay que insistir en que las “bondades” con las cuales se está tratando de vender la Reforma Judicial son falacias. Simplemente cuando dicen que los jueces serán menos corruptos porque serán electos por el pueblo, existen dos mentiras.

La primera es que la selección de una autoridad a través del voto popular no lo vuelve inmune a la corrupción. Ahí tenemos los muchos casos -y graves- de corrupción que se han presentado en el sexenio de AMLO y eso que el presidente fue electo por millones de mexicanos. Los legisladores federales, principalmente esos que decidieron venderse para aprobar todo lo que les pidan sin chistar, también caen en actos de corrupción y eso que llegaron al Congreso de la Unión por el sufragio popular.

La segunda mentira que hay en esa frase es que los jueces no serán electos por el pueblo. Los ciudadanos tendrán la oportunidad de seleccionar, de entre una lista que presentarán el Ejecutivo y el Legislativo, a quienes crean que serán los mejores jueces. Decidir dentro de una selección que previamente hicieron otros, no es propiamente una elección.

Las protestas continuarán… el proceso legislativo, con diputados sordos y ciegos, también.