La Agricultura Familiar, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), es una gran opción para lograr la seguridad alimentaria.
La pirámide productiva nacional agroalimentaria en México, de acuerdo con los últimos estudios de estratificación realizados por la Secretaría de Agricultura (SAGARPA) y la FAO, en 2014, indican que existe una base de 80 por ciento de productores de autoconsumo, es decir, cerca de 4 millones de unidades productivas, seguida de un 20 por ciento de productores que generan excedentes, y de éstos, el 5 por ciento son los exportadores.
Los productores de autoconsumo siembran solo para comer y no logran cubrir sus necesidades anuales. Cuando venden, lo hacen “al tiempo” antes de cosechar o venden en tiempo de cosecha a precios muy baratos debido a la gran necesidad económica y/o falta de infraestructura para almacenar. Unos meses después vuelven a comprar, en tiempos de escasez, al doble o triple precio.
Para este estrato productivo, la capacitación y el acompañamiento técnico son indispensables para cubrir sus necesidades de autoconsumo, además de requerir orientación organizativa y la provisión de servicios técnicos/logísticos tales como micro financiamiento, preparación de tierras, semillas, siembra de precisión, insumos, crías de especies animales, semen, embriones, servicios de poda e injerto de frutales, plántulas y plantas, fumigación, cosecha, acopio y postcosecha.
Pero justamente estos servicios no se han podido otorgar por los gobiernos, razón por la que los impactos de los presupuestos destinados al campo son sinceramente escasos. Al menos desde 1995 a este estrato productivo solo se le han destinado apoyos al ingreso con PROCAMPO, hoy Producción para el Bienestar, Fertilizantes y Sembrando Vida.
La mayor necesidad de los pequeños productores es de servicios técnicos: motivación, orientación y capacitación para la innovación, a fin de lograr mejoras basadas en conocimientos. Posteriormente requieren tecnología, mecanización, infraestructura de acopio y transformación, financiamiento y apoyo para la comercialización.
Una falla de origen en las políticas educativas para el campo es que la formación profesional agronómica también se ha olvidado de los pequeños productores, porque la producción en condiciones de adversidad no forma parte de los contenidos educativos. La tendencia se orienta más bien a formar técnicos para condiciones favorables en recursos naturales y económicos.
Con frecuencia se confunde la agricultura de pequeños productores y la agricultura familiar del patio y el traspatio.
Los pequeños productores con superficies menores a 2.5 hectáreas realizan sus actividades mayoritariamente con los miembros de la familia. Hay una marcada tendencia al trabajo individual sobre el colectivo y una ausencia de división del trabajo, aquí todos hacen de todo. Los costos de producción son altos.
Lo anterior limita el acceso a mecanización, financiamiento, servicios técnicos y comercialización. Los asesores técnicos no podrían visitar cada parcela y, en la comercialización, es difícil conjuntar volúmenes para acceder a los mercados. La intermediación comercial es un mal necesario. En estas condiciones, vender del productor al consumidor ha sido solo una ilusión largamente acariciada.
La agricultura familiar practicada en pequeños espacios en zonas rurales y urbanas, no ha podido avanzar en el ordenamiento productivo del patio rural como premisa para una mayor productividad. De igual forma ha sucedido con el cultivo o crianza de lo más vendible, en lugar de hacerlo con las múltiples opciones existentes, pero sobre todo procurando la conformación de volúmenes.
Por lo anterior, se recomienda que en cada comunidad o colonia haya al menos 30 unidades productivas para tener impactos económicos.
En tanto, el huerto familiar debe contar con un mínimo de tecnificación: espacio cercado, riego por goteo y plántula de 20 días en lugar de semillas para acortar los tiempos de cosecha, además de aumentar el impacto visual y emocional de los participantes. El huerto y la granja familiar también son fuente de ocupación contra la depresión, producción de alimentos, ingresos, así como la formación de niños, quienes probablemente encuentren su vocación en ello.
Asimismo, el huerto y la granja escolar son un espacio para enseñar todas las materias: historia, química, matemáticas, geometría, geología; además de preparar a los jóvenes para lograr su seguridad alimentaria.
Por su parte, el huerto comunitario puede ser opción para aprovechar espacios urbanos ociosos o de uso común.
En lo que corresponde a la agricultura familiar, ésta debe estar soportada por un centro de servicios técnicos de la comunidad y apoyada por el gobierno para saber cómo abastecerse de los insumos y equipos después de que los programas y los gobiernos dejan de otorgarlos.
Finalmente, la diversificación productiva de las regiones se refiere a la introducción de nuevos cultivos o actividades productivas que se inducen con los productores en función de mayores beneficios en su producción o comercialización. Para lograrlo, se recomienda realizar pruebas de adaptación así como la capacitación de los primeros productores, además de asegurar la comercialización, así como la producción en una superficie mínima de 25 a 30 hectáreas para lograr interesar a los mercados. En algunos productos, es recomendable alcanzar un volumen mínimo en forma cíclica o periódica.