México, un país de grandes potencialidades y no menos grandes omisiones, sigue soñando con una moderna industrialización robusta mientras tropieza en sus propios pies burocráticos de barro. Sin embargo, en medio del panorama de desincentivos, Jalisco emerge como una excepción notable, demostrando que, con políticas públicas bien dirigidas, sí es posible construir un ecosistema de alta tecnología. Este «Silicon Valley mexicano» no nació de la noche a la mañana; es el resultado de una apuesta estratégica y comprometida con tres pilares: talento, incentivos y un uso eficiente de las reservas territoriales.
Si Puebla quisiera replicar este modelo de éxito debe, antes que nada, entender que el éxito de Jalisco se debe en buena parte a un compromiso de largo plazo, y una inversión tan solo el año pasado de 2.2 mil millones de pesos.
El desarrollo de talento, eje número uno en la política jalisciense, implicó la creación de una sólida oferta educativa en las áreas CTIM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, e inglés), logrando vincular estudiantes y profesionistas con la industria. Y Aquí no hay atajos. Puebla debe, sin excusas, fortalecer su educación tecnológica, invirtiendo en capacitación especializada y certificaciones.
No el viejo modelo de enseñanza donde la premisa es que 50 individuos van a estar en el mismo lugar, en el mismo momento para aprender todos al mismo ritmo. Las cadencias digitales modernas permiten modelos mucho más eficientes, versátiles y baratos de enseñanza.
El segundo pilar, los incentivos económicos, no es menos crucial. En Jalisco, se idearon apoyos para que empresas de alta tecnología encuentren ventajas al asentarse y prosperar en el estado, otorgando incentivos fiscales, eficiencia energética, y apoyo para equipamiento y certificaciones.
Por último, las reservas territoriales juegan un papel estratégico que Jalisco ha sabido manejar con gran precisión. Puebla tiene que comprender que las inversiones en bienes raíces son el cáncer del capital a la larga, la peor inversión para un estado que ve su capital anclado a productos de nula innovación y distribución de riqueza.
El esfuerzo jalisciense ha rendido frutos, y prueba de ello es la instalación de la mayor planta de manufactura de inteligencia artificial en el mundo; parte de los servidores para lograr esto pues. Es un logro que debería inspirarnos, pues mientras Jalisco atrae inversiones de 5 mil millones de pesos que miran hacia el futuro, el resto del país parece sumido en el letargo. Y esto no es casualidad, sino el resultado de malas decisiones políticas e industriales que han frenado el desarrollo de un nearshoring efectivo, dejando solo huecos para aquellos que no tienen opción, ya tienen capital reinvertido en el país o aprendieron a jugar el capitalismo de cuates.
Hoy, más que nunca, urge replantear la política industrial del país, pues la ventana de oportunidad para el nearshoring se cierra rápidamente.
Jalisco levantó su propio cielo con puños de políticas públicas; mientras, México país se queda mirando, como pueblo en silencio, esperando que algo cambie sin dar el paso. Lo que hicieron en tierra tapatía debiera florecer en más rincones del país, pero aquí nos gusta esperar a que el viento haga su trabajo en nuestro gran rancho electrónico de nopales automáticos.