A veces, los avisos no vienen en forma de amenaza directa, sino de ejemplo ajeno. Esta semana, la península ibérica se oscureció sin previo aviso. Millones de españoles y portugueses quedaron sin electricidad por una supuesta falla técnica en el sistema energético. Pero lo que en Madrid fue caos y desconcierto, aquí lo vimos como quien ve una película de suspenso o un video viral… sin entender que nosotros podríamos ser la próxima escena.

El gran apagón ibérico debería tomarse como un llamado de emergencia, no como un entretenimiento viral. Porque lo que ocurrió en España no fue un chispazo aislado. Fue una alerta seria sobre los riesgos reales que enfrentan los países que aún no entienden que, en el siglo XXI, la seguridad energética y la ciberseguridad van de la mano.

Allá, las versiones oficiales hablan de un “error técnico”. Pero entre líneas, cada vez más voces apuntan hacia un posible sabotaje digital. Y si en España —con su infraestructura, su tecnología y su regulación europea— no pueden descartar un ataque cibernético, ¿qué nos espera a nosotros, que no alcanzamos ni el mínimo en blindaje digital?

Hay casi 3 mexicanos por cada español, e igual parece el triple de descuidos. Porque aquí, cuando hablamos de ciberseguridad, lo primero que viene a la mente no es una estrategia nacional… sino el escandaloso hackeo a la Secretaría de la Defensa Nacional hace tres años. Una intervención vergonzosa, los Guacamaya Leaks, que desnudó los vacíos tecnológicos del país y demostró que ni los datos más sensibles de la entidad que en teoría debería tener la mayor ciberseguridad del país.

Pero no hace falta mirar tan arriba. Basta voltear al sureste mexicano, donde los apagones son tan frecuentes que ya dejaron de generar molestia y pasaron a ser parte del paisaje. Y si eso ocurre en regiones con baja concentración industrial y habitacional, ¿qué pasaría si la luz se va en el corazón del país? ¿Qué pasa si el centro neurálgico de nuestra economía digital se oscurece por horas… o tan solo minutos?

La respuesta es tan sencilla como aterradora: colapso. Imagine todos los semáforos, elevadores, equipos médicos, y cualquier otra cosa eléctrica que pueda imaginar, apagados de golpe en la región centro del país.

Y no, no se trata de “catastrofismo”, como dicen desde Palacio cuando se les exige anticipación. Se trata de observar cómo se mueve el mundo y entender que la digitalización sin energía es como tener un coche sin gasolina.

México está lejos, muy lejos, de competir en el terreno digital. No solo con potencias del primer mundo, sino incluso con países emergentes que han entendido que el desarrollo no se decreta, se construye. Y para construirlo se necesitan tres cosas: infraestructura, visión y política pública. Ninguna de las tres se improvisa.

Mientras tanto, el gobierno federal sigue creyendo que lo digital se resuelve con aplicaciones de cartón y promesas de papel. Ahí está el ejemplo de los autos eléctricos: en lugar de alentar a empresas con experiencia, talento y tecnología, decidieron fabricar un “vehículo nacional” que hasta ahora es más un proyecto ideológico que una solución de movilidad. ¿Resultado? Perdemos tiempo, perdemos dinero y seguimos sin autos accesibles ni red de carga suficiente.

Pero entre los extravíos, hay ideas que pueden tener gran futuro si se le consolidan los cimientos. El gobernador Alejandro Armenta ha puesto sobre la mesa un proyecto ambicioso: convertir Ciudad Modelo en un polo de innovación tecnológica, un Silicón Valley poblano. 

Suena grande. Pero también suena difícil si no hay respaldo desde la Federación. Para lograrlo, no basta con la voluntad estatal. Se necesitan políticas energéticas serias, infraestructura digital, incentivos fiscales y, sobre todo, coordinación con los gigantes tecnológicos del planeta. Porque competir con Asia o Europa no se logra desde la improvisación burocrática, sino desde la planificación con visión global.

Y sí, el principal obstáculo hoy en San José Chiapa —ese supuesto “modelo”— es el abasto de energía eléctrica. Un problema que, si no se atiende desde ya, hará que cualquier aspiración de vanguardia se apague antes de prender.

Así las cosas. El apagón español no fue una anécdota. Fue un ensayo general de lo que nos puede pasar si seguimos viendo la digitalización como un lujo y no como una necesidad. Si no consolidamos nuestras bases energéticas, ni el mejor software nos va a salvar.

Porque en este barco llamado México, podemos construir un motor de alto desempeño… o seguir remando con palos, amarrados al mismo muelle bananero de siempre. Ni más, ni menos.