El escritor británico Aldous Huxley publicó en 1932 la famosa novela Un mundo feliz. Lo que entonces parecía un distopía, es decir, la imaginación de sociedad futura indeseable, en muchos sentidos se ha convertido en una realidad. La novela describe una sociedad altamente regulada y tecnificada. Las personas tenían buen humor, eran saludables y tecnológicamente avanzadas. Era un mundo en donde se había erradicado la violencia y la pobreza para que todos permanecieran felices. Los habitantes de Un mundo feliz eran controlados a través de la distracción y el entretenimiento. La paradoja es que también se eliminaba la familia, la diversidad cultural, el arte, la religión y la filosofía.

Huxley se dio cuenta que para manipular a una sociedad productivista, era necesario suministrar a los individuos gratificaciones constantes que provocaran una ilusión de felicidad.

Leo que la serie de Netfix The Queen's Gambit fue vista por más de 62 millones de personas en sus primeros 28 días al aire. Según Netflix, se colocó entre los programas preferidos en 92 países y es la número uno es 63 de ellos. La crítica especializada la cataloga de: “una serie extraordinaria. Cuida al máximo el vestuario, la decoración, la música, los exteriores, todo lo que potencia la verosimilitud” que “consigue humanizar el juego y sus jugadores gracias a una narración inteligente (…) En pocas palabras que “(…) es genial” (Brian Tallerico, The Playlist).

La serie narra la historia de Beth Harmon, una niña huérfana con habilidades miríficas para el ajedrez, que lucha contra sus adicciones para convertirse en la mejor jugadora del mundo derrotando a los grandes maestros, incluso al campeón mundial ruso. La actriz se ve hermosa, sus actuaciones son buenas y la exposición de ajedrez está bien lograda. Una miniserie de siete capítulos entretenida. No obstante, la trama es errabunda y poco verosímil. Beth asciende a la cumbre casi sin contratiempos. Su primera derrota no llega sino hasta la mitad de la saga, sus adicciones no la obstaculizan y a pesar de que toma pastillas desde los nueve años y se vuelve alcohólica en la adolescencia, se libra de ellas con facilidad casi mágica. No tiene enemigos. Todos se rinden a sus encantos y no encuentra trabas para llegar a la cumbre.

La escritora Paloma Ramírez calificó al personaje de errante, no se entienden sus motivaciones, sus miedos o su ambigüedad sexual. La historia abre cabos que no dirigen al espectador a ningún lado y que no ayudan a comprender los prodigios de la protagonista. Sin una lógica clara o vínculo con la trama aparecen escenas lésbicas, recuerdos de las perturbaciones de su madre, una asociación católica radical, un padre adoptivo que primero la abandona y luego la extorsiona, y hasta una huérfana afroamericana que en los años sesenta había sido contratada por una prestigiada firma de abogados y que aparece como su ángel guardián para prestarle el dinero que necesita para ir a Rusia.

La serie es políticamente correcta: el director intenta quedar bien con todos. Un claro ejemplo de lo que Vargas Llosa llama “la civilización del espectáculo”: la banalización de la cultura y la generalización de la frivolidad.

La popularidad universal de The Queen's Gambit demuestra el triunfo de los intereses que pretenden homogeneizar la cultura y destruir las tradiciones locales. Horacio Reiba dice que son intereses globales que intentan convertir cada enclave del mundo “en una sucursal empobrecida de Iowa o Wichita, Utah o Arkansas, objetivos acordes con el mercado global y la pérdida de identidad de los habitantes de los demás países a través de la acelerada supresión de sus tradiciones”.

Por supuesto que el arte y muchas tradiciones mexicanas molestan a la banalización del espectáculo. Y por eso hay grupos que intentan manipular a los políticos para que prohíban espectáculos como las corridas de toros. En la tauromaquia hay sangre y muerte, ahí se vive y se siente de verdad. Como lo explica José Tomás en Diálogos con Navegante: “En la plaza cada uno se comporta tal como es, en la plaza no se puede fingir, en la plaza todo es de verdad”.

Los intentos abolicionistas y el triunfo de la civilización del espectáculo, nos muestran dramáticamente lo que Aldous Huxley vaticinó en 1932: un bienestar hedonista que produce comodidad y placer, sacrificando belleza y verdad.