Como medicamento controlado, el primer debate presidencial terminó por ser un somnífero lleno de “áreas de oportunidad”, el eufemismo que hoy les gusta usar a los estrategas para nombrar a los errores.

La parte de producción tuvo muchos problemas. Resulta increíble que no pudieran probar hasta el cansancio los relojes de cada una de las candidatas y del candidato, para evitar, que justamente se perdiera tiempo en estar verificando cuántos segundos le sobraban a cada expositor o peor aún, generar una percepción de favorecer o afectar a alguna de las candidatas.

Los tiros de cámara resultaron desastrosos. El audio también era bastante malo.

Las fallas técnicas demostraron que efectivamente existe una curva de aprendizaje y tras la salida de Lorenzo Córdova y otros elementos del INE quedó demostrada la urgencia de mantener a funcionarios con carrera en el servicio público. Personas que sepan cuáles son los detalles a revisar y no simplemente 90 % leales.

Y luego el formato como tal no terminó de ser claro. Nunca supimos si se trataba de una entrevista a cinco voces, si era un debate que contrastará propuestas.

Fueron demasiadas preguntas, muchas de ellas largas y rebuscadas. Los temas no terminaron de tener orden, ésta situación generó la percepción de que se iba y regresaba a los mismos.

La distribución de tiempo y de la famosa “bolsa” impedía que se pudiera desarrollar ampliamente algún concepto o el famoso “cómo” de cada propuesta. Todo sonaba muy carrereado. Tampoco se consideró un espacio concreto para una réplica instantánea ante las alusiones personales, los señalamientos y las acusaciones.

Los ataques, algunos de ellos con bastantes pruebas o que podrían realmente generar una reacción en el electorado, terminaron por diluirse en dichos sin sustento porque no da tiempo de argumentar nada.

El primer debate presidencial fue demasiado largo y sin duda en las horas posteriores habremos de conocer cuál fue la audiencia inicial del debate, cuántos soportaron la primera hora y cuántos realmente concluyeron con las dos somníferas horas del mismo.

Sin estar mal, Xóchitl se quedó a medias y perdió la oportunidad de mostrarse más fresca. Pese a que en otros momentos nos ha demostrado su desparpajada personalidad ayer se notó nerviosa, tensa.

Sheinbaum fue evasiva a más no poder, nunca respondió preguntas ni señalamientos. Se apegó a su guión y de ahí no se movió ni medio milímetro. Y pese a que su rostro reflejó la molestia de los ataques que recibió, no pasó a mayores.

Máynez parecía abierto y plural en sus críticas mutuas, pero claramente cargaba más la mano a Xóchitl y aún así tuvo buenos momentos, que fueron opacados por su sonrisa de Titino.

En el fondo, el debate aportó poco, dejó mucho que desear, y debió de haber decepcionado al ciudadano común, más allá de lo que los porristas de cada equipo pregonen.

Ni más ni menos.