En estos relatos, publicados por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y editorial Praxis, la autora se adentra en un mundo en el que la miseria es el pan cotidiano y la cárcel es el destino de seres fantasmales, sin vida propia, enfermos de languidez y de pobreza ancestral.
Se trata de un intento de la autora por dar voz a las personas en abandono, o que han sido víctimas de la injusticia, situaciones que ella vivió de cerca en su pueblo natal, Nachihuí, en Oaxaca.
El material, presentado el fin de semana, es el séptimo texto de esta autora preocupada por los problemas sociales, las palabras de los olvidados, los sin voz, los vigías de la tradición que hace desfilar por sus líneas.
Y es que sus historias parecen pertenecer a un mundo fantasmagórico, muy antiguo, pero a medida que se avanza en su lectura se descubre que están a la vuelta de la esquina.
Lo que intenta, ha dicho, es poner de manifiesto el vergonzoso binomio pobreza-ignorancia que prevalece en México, así como reflexionar sobre la injusticia.
A la presentación del libro asistieron Aura María Vidales, Armando González Torres, Carlos López y Miguel Ángel Muñoz; este último, consideró que en el texto de Robles persiste un mundo en el que la bondad está presente en los seres desposeídos, aunque sin utilidad mientras la maldad es la divisa de las personas con cierto poder en poblados desolados donde la vida es un purgatorio.
“Las historias de ´El clamor del olvido´ son un fresco estremecedor de algunas regiones del país en el que ya no quisiéramos reconocernos, el de una pobreza lacerante, el de la ofensiva y lesiva desigualdad económica”, señaló.
También señaló los seres solitarios, acompañados por sus recuerdos, sus desgracias; personajes condenados a no conocer la felicidad ni la paz espiritual ni física. Seres marginales destinados al olvido y a la desesperanza, que presenta la autora.
En estas páginas, añadió, el lector encontrará historias y realidades que aún se repiten en muchos rincones del país, dejados de la mano de Dios y del Estado, incluso en cualquier ciudad mexicana, en las que el dolor es el común denominador.
No obstante, algunas voces empleadas y los páramos descritos nos hacen suponer que el contexto es una sierra de Oaxaca, de donde es oriunda la poeta.
“Los finales imprecisos, casi dialécticos, dan la impresión de que ese dolor cesará y quizás el amor o la felicidad podrían iluminar algún día, aunque sea ilusoriamente, a los personajes desvalidos que pueblan esas historias tristemente circulares”, concluyó Muñoz.