Repensar a últimas fechas la vida de Antonio López de Santa Anna, remite a la novela de Enrique Serna, “El seductor de la patria”. Su bien merecido reconocimiento se basa en ofrecer una perspectiva alejada del discurso oficial que lo cataloga como –quizás– el más nefasto de los íconos históricos de la joven vida independiente mexicana.
Sin embargo, aproximarse a su figura trae consigo preguntas implícitas: ¿por qué Santa Anna? ¿Aún puede causar fascinación su efigie o tratarlo fue parte de una moda impregnada del ambiente histórico en la narrativa? A todas luces –de entrada–, parecen responderse sin necesidad de grandes atributos retóricos.
Antonio López de Santa Anna, junto con Maximiliano de Habsburgo, son los emblemas de antihéroes en el decimonónico mexicano. Tal parece que la gracia o incluso la irónica decidieran que entablaran comunicación cuando figurativamente se afianzaba el Segundo Imperio.
Uno, debido a la creencia –¿romántica?– de que el territorio debía contar con un gobierno totalitario que terminara de una vez por todas las pugnas por sistemas políticos que no habían funcionado. El otro, gracias al “bombo” que significó catapultarse con el sobrenombre de “Alteza Serenísima”. No es lo mismo construir a manera de idilio la nobleza mexicana sobre cenizas del Imperio de Agustín de Iturbide, que vivir su atmósfera de primera mano con un príncipe europeo.
No obstante, la figura de Antonio López de Santa Anna va más allá de juicios históricos propuestos del discurso tradicional, el cual lo exalta como “traidor”, “vendido”, sin que su memoria tenga opción de defensa. No necesariamente implica que deba cambiar el concepto colectivo que sobre él pesa, al contrario, presentarse una segunda opción para que la sociedad –lector– elija con cuál quedarse, hecho que no ha sido practicado.
Con otros personajes se ha efectuado, dibujando canales comunicativos con una sola visión, entre ellos, Benito Juárez, unos más pasaron de ser absolutos negativos a héroes nacionales, como Francisco Villa o Emiliano Zapata, pero Antonio López de Santa Anna se ha evitado en medio de imprecisiones que llevan a pensar que alguien tiene que ser responsable de la mala suerte del mexicano y las inclemencias que sufre la patria.
Por ello, el multi-presidente parece adecuarse a esta necesidad, respondiendo así la segunda pregunta; claro que su efigie resulta atractiva para cualquier escenario, no únicamente el literario, sino el “performance” o histrión. La novela de Enrique Serna apareció en el mercado durante los primeros días de 1999, causando un “buen sabor de boca” por la frescura de su narración hasta centrarse en el personaje entre características humanas.
Es decir, era proyectado sin más ambiciones que dar a entender elementos de su vida diaria, su rápido ascenso en filas realistas cuando combatía a insurgentes al paso de la Revolución de Independencia; sus ambiciones, necesidades, estratega militar que sobresalía y la renuncia a sus “galeones” para terminar sellando el levantamiento armado.
Este argumento escapaba de elementos tradicionales, era presentarse ante el Antonio López de Santa Anna ser humano, de carne latente que lo mismo aceptaba sus yerros hasta las consecuencias últimas y unas más optaba por escapar del ambiente citadino –el poder apabulla– para irse al trópico a “descansar” en su hacienda, lejos de todo, de las armas, inclusive.
Un año después, para 2000, llegó a los cines una obra que versaba –nuevamente– sobre el otrora jefe de Estado. Ahora lo presentaría en su etapa más oscura, decadente, sumido en la locura con atisbos de elocuencia que terminaría por matarlo; el odio a su alrededor, guiado por una “bruja” que mitigaba su colapso físico no por mucho tiempo, con dirección de Felipe Cazals, “Su Alteza Serenísima”.
Si la novela de Enrique Serna abordaba la historia general de Antonio López de Santa Anna, en el caso de la película se optaba por sus últimos días de vida y la reverencia “pagada” al “vulgo” para entregarle pleitesía, dos opciones necesarias para entender el ambiente en que vivió y terminó por forjar su memoria.
Ya habrá tiempo para relatar el camino a transitar su figura, no obstante, fascina a quien se le acerca. Estas dos pruebas terminan por corroborarlo, a pesar que últimamente no han aparecido otros materiales sobre éste, los debates históricos y académicos lo mantienen fresco, unido al colectivo nacional que no terminan por refrescar sus hazañas e importancia durante los años más convulsos que ha vivido el México independiente.