La alarma la encendió el propio Rafa Nadal con aquello de "con este nivel no vale para ganar Roland Garros", cuestionado su estado en los cuatro partidos anteriores. Susto importante contra Isner, grises para superar a Andújar, intrascendente triunfo ante Veic y funcionarial en los octavos contra Ljubicic. 

Y de repente, el mejor Nadal o al menos algo parecido, una versión realista del número uno del mundo para desmitificar a Robin Soderling. Fiero como no se le había visto, intenso en cada intercambio, convencido en su mirada, se planta en semifinales después de ganar por 6-4, 6-1 y 7-6 (3) en dos horas y 35 minutos. Bienvenido a París, monsieur Nadal.


La Philippe Chatrier se acicala para la cita porque lee en todas las previas que el campeón está bajo sospecha después de unos días de medianía, ansiosa la grada por ver si pasa algo noticiable. Juegan por tercera vez consecutiva en el mismo recinto el sueco y el español, resueltos los pulsos anteriores con una victoria por bando, y por fin cambia el orden y el patrón, mucho más reconocible. 

Nadal se motiva en citas de nivel y asume la exigencia como corresponde, enchufado desde el primer punto al resto y ganador de los tres primeros juegos con dos breaks consecutivos. Todo perfecto en el regreso de Nadal.