Rafa Nadal se coronó campeón de Roland Garros por octava vez. El español consiguió lo que ningún tenista había hecho hasta ahora: ganar ocho veces un mismo Grand Slam. Para lograrlo, ha tenido que vencer en la final a David Ferrer por 6-3, 6-2 y 6-3.
El arranque del encuentro no fue fácil para Nadal. El mallorquín ya lo había advertido. David Ferrer está viviendo su madurez deportiva y el alicantino, en el cuerpo a cuerpo, puede resultar correoso hasta las últimas consecuencias. Además, los dos deportistas se conocen el uno al otro como un viejo matrimonio, y esta ausencia de secretos limita el factor sorpresa y atenúa las diferencias.
David Ferrer, aunque con fallos, comenzó desplegando un tenis rotundo que por momentos superaba al de su adversario. Pero pronto comenzó a deshincharse, mientras que el mallorquín se venía arriba raquetazo tras raquetazo. Nadal consiguió cerrar el set con un 6-3 favorable.
La locomotora Nadal funcionaba a pleno rendimiento y en el inicio del segundo set barrió de la pista a Ferrer, que se había derrumbado y no conseguía sacudirse el agarrotamiento. Con diferencia, el de Jávea estaba jugando su peor partido en este Roland Garros. Demasiadas imprecisiones para alguien que había llegado hasta la final firmando unas actuaciones soberbias.
Nadal arrancó la segunda manga con un 3-0 (lo que completaba un parcial de 6-0). Ferrer intentaba por todos los medios que el partido no se convirtiese en un paseo militar para Nadal; pero el balear imprimía un ritmo infernal ante el que poco podía hacer. El alicantino consiguió ganar dos juegos en este segundo set, aunque no pasó de ahí. Cañonazo tras cañonazo, Nadal concluyó el set con 6-2.
Con dos sets en contra y el partido cuesta arriba, Ferrer estaba completamente fuera de la final. La posibilidad de conseguir su primer Gran Slam se diluía cada vez más, y solo la omnipresente amenaza de lluvia podía suponer un punto de inflexión sobre el que cimentar la remontada. Ferrer, jugador testarudo como pocos, luchaba ahora como un gato panza arriba para no claudicar. Con un esfuerzo descomunal, el alicantino consiguió mantener la compostura y sujetar el marcador en 3-3.
El juego de Nadal estaba en las antípodas del de Ferrer. El primero avanzaba confiado hacia su octavo Roland Garros, mientras que el segundo únicamente pataleaba a la desesperada para retrasar su hundimiento. Nadal, sin grandes complicaciones, ganó los tres siguientes juegos (6-3). Así, finiquitó el partido y dejó su nombre escrito para siempre en lo más alto del palmarés de Roland Garros.